Cuando aún tengo
fresca la imagen de mi amiga Pilar en la madrugada de año nuevo que provocó la
mejor carcajada para iniciar el año, se aventuran días de intensa emoción en mi
casa; tradiciones que hemos tratado de perpetuar a lo largo de la vida de mis
hijos.
Las situaciones son
provocadas por nosotros mismos, de la voluntad que pongamos en algo para que la
felicidad, por minúscula que sea, fluya por nuestras vidas. Nosotros elegimos
un instante, un momento, que sea único para los demás y en su defecto revierta
en ti. Estoy convencida que Pilar cuando se engalanó para la reunión de
nochevieja perseguía que el humor se instalara en el resto de la gente; no hizo
gran cosa, sólo lo justo para pintar su rostro de ilusión, colocarse un gorro
ridículo por su tamaño a la par que divertido y esperar que yo abriera la
puerta… Las cosas son más sencillas de lo que a veces creemos, pero hay que
poner tesón para dejarse llevar por la buena voluntad de aquellos que nos
rodean para hacernos más grata la existencia.
Mi madre insiste en
que mi cabeza no ha evolucionado hacia la madurez y que sigo instalada, no sabe
muy bien si en la juventud o en la infancia o en una mezcla de las dos; yo
tampoco lo sé y es más, no me interesa saberlo. Sólo sé que llegadas unas
fechas de año sufro una regresión a esa infancia grabada en el corazón. Aún con
nitidez observo en la película de mi ayer íntimo y personal cómo mi expresión
se perdía en los almacenes Moliner de Valladolid viendo tanto juguete, la
muñeca de mis sueños…, esa sensación de inocencia enredada en altas dosis de
ilusión que son difíciles de explicar porque la niñez es como una selva virgen
por la que deambulas a placer descubriendo algo que te apasiona incluso más que
lo anterior y donde el miedo está escrito en letras doradas como si de una
aventura más se tratara.
A mi marido le ha
costado tiempo digerir que su esposa es una mutante el cinco enero y que deja
de ser esposa, madre, hija, hermana, amiga, cuñada, tía… para pasar a ser una
niña fabricando un mundo irreal pero palpable en la realidad. Todo comienza en
la búsqueda de un preciado oso… Sí, un oso de peluche que según lo miras
sientes que te habla que cobra vida para hacerte feliz… Unos años lo encuentro
y otros no. Después nos vamos a ver la cabalgata. Nos fascinan las carrozas,
las ocas desfilando en perfecto orden por el Paseo de la Castellana, los titiriteros
con zancas y a lo loco, eligiendo la carroza más fea, la más bonita hasta
llegar a la eclosión de la llegada de los Reyes Magos chillando a pleno pulmón
mientras que corremos a coger los caramelos del suelo, a reírnos de la madre de
turno que es una petarda y parece que solo existen en este mundo sus niños…
Cuando eso termina, hay otro momento fantástico: caminar por el medio de la
Castellana sin coches ¡Qué lujazo!, rodeados de niños, familias enteras que se
preparan para la noche más mágica de todo el año.
A nosotros nos
espera el chocolate de la tía Aurora, ponernos morados a roscón y eligiendo
cuál ha sido el mejor roscón de todos los que hemos probado a lo largo de estos
años. Brindamos con cava, dependiendo cómo estemos de mosqueados con los
catalanes, tomamos un cava u otro, pero da igual uno que otro, nos saben todos
buenísimos. Todo el mundo ríe, hace una gracia y nos vamos a casa a limpiar
nuestros zapatos; la noche va a ser larga. Elegimos que pondremos a los reyes
para que recobren fuerzas. Yo siempre sugiero un poco de vino porque templa el
ánimo y…, la gente desaparece, sólo me quedo yo transformada en duendecillo
comenzando la labor más laboriosa y feliz del año. El comedor lo convierte en
un mundo imaginario donde sólo cabe la persona niña, el niño que corretea por
las venas del adulto en busca de una fantasía. Los globos de colores vagan a su
antojo, los peluches se disfrazan, se esconde en una caja, el niño Dios se
ilumina… Ya muy entrada la madrugada, habiéndome bebido en nombre de sus
Majestades de Oriente tres vinos y lo que me hayan puesto de comer (¡Ojo! este
año toca tres plátanos de Canarias), me retiro a dormir un par de horas escasas
porque a la primera luz he de preparar el chocolate, el roscón y aparece todo
el mundo a desayunar, primero, y luego a disfrutar y reírnos como niños que
fuimos.
Cada año mis hijos
esperan que, como delegada en la tierra de los Reyes Magos, la magia no
defraude, y vuelvan a sentir su niñez corretear por unos instantes en su vida
de hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario