Me fui a incorporar y un dolor punzante me hizo desistir del intento; me arrebuje
en las sabanas y volví a cerrar los ojos, ¡Qué bien se estaba dentro de la
cama!, pero una luz insistente me pedía que la mirara. A duras penas me levanté.
Acababa de amanecer. La niebla envolvía las calles, los edificios; la ciudad se
había despertado colgada de un algodón. Sonreí, la verdad que era un
espectáculo bonito, había merecido la pena levantarme aunque el cuerpo
estuviera machacado pero, bueno, había conseguido limpiar la casa entera. Me
hice un café mientras hacía un balance mental de todo lo que me faltaba, y me
puse manos a la obra. Salí a la calle, hice colas para el pescado, la carne,
las verduras…, para todo, pero volví contenta “Una cosa menos”, pensé mientras
tiraba del carrito. Al llegar a la puerta de casa allí estaba la pobre de
siempre con la mano abierta pidiendo su limosna; temblaba como una castañuela.
Dos bajo cero marcaba el termómetro a la una de la tarde. Coloqué la compra y
saqué el árbol. Con él estuve más de una hora, hasta probé las luces. Perfecto,
había quedado precioso el árbol que compré hace veintinueve años cuando nació
mi primer hijo… pero, ¡Qué cansada estaba!, y aún me faltaban las bebidas, así
que me tiré de nuevo a la calle con el carrito. En la entrada del súper había
otra pobre, ésta temblaba como dos castañuelas pues la ausencia de grasa en su
cuerpo aún le hacía notar más el frío.
Cuando llegué, me puse a guisar comida y más comida, así llevaba más de una
semana pero, por fin, terminé y la satisfacción del deber cumplido me impidió
quejarme. Me fui al baño, la ducha hizo milagros. Abrí el armario y la ropa
estallaba en aquel habitáculo tan pequeño. De repente, unos remordimientos sinuosos
vinieron a visitarme; se acomodaron en mi ánimo y no hubo forma de que se
marcharan. Pero como en todo, no hay que ponerse nervioso, hay que sentarse y
pensar, pensar hasta hallar una salida o solución. Entonces me levanté, me puse
aquel vestido tan bonito que tenía preparado, busqué dos abrigos que ya no me
ponía. Luego fui a la cocina y, de mis dos mejores guisos, preparé dos
recipientes. Cuando tuve todo preparado me volví a tirar a la calle. La niebla aún
era más espesa, las luces de la calle eran preciosas, iluminaban el ánimo según
las mirabas. Me fui a la entrada del súper, allí seguía la pobre; me miró con
esa mirada lastimosa de perrillo perdido y una sonrisa, que surgió del alma,
encendió aquel rostro desvalido; la ayudé a ponerse uno de los abrigos que yo
llevaba, luego saqué de la bolsa un recipiente y se lo entregué “¡Feliz
navidad, señorita!”, en mi interior me sentía tan bien que me volví y le dije”Gracias
a ti”… Después fui a buscar a la otra pobre y repetí operación.
Subí a casa, encendí el árbol, las velas que acompañaban al Belén, puse los
villancicos y sonó el timbre de la puerta. Era mi gente, mi familia, mis amigos…
¡Feliz navidad a todos, a los que la odiáis, a los que os gusta, a los que
estas fechas os son indiferentes, a todos, ¡Felices fiestas!
1 comentario:
Precioso. ¡Felices Fiestas, amiga...!!!
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