miércoles, septiembre 10, 2014

UN HOMBRE CON CARISMA

Hay días como el de hoy en los que me despierto tan dormida,  que se me cae el café que estoy bebiendo y,  aunque comience el ritual despacio, a media luz y encienda el ordenador para leer la prensa, es imposible hilar unas palabras con otras; no sé ni lo que leo y menos entender.
Hasta que una cerilla prende en mi intelecto y la mente se anima a comprender. Pues bien, hoy ni eso. Sin embargo,  ha habido un momento impreciso que sin entender,  mis ojos se han quedado clavados en unas letras, en una foto. Iban y venían de las palabras a la imagen hasta que he notado que una lágrima furtiva ha rodado por mi rostro… Hace poco se murió la madre de mi amiga Pilar, ya no tenía padre, él se fue hace mucho tiempo. Cuando  su marido me llamó para comunicármelo, me sentí dentro del corazón de mi amiga, cómo,  de repente,  se la caía la infancia de su corazón y sus ojos se nublaban de vejez; ya nada de sus raíces ancestrales la quedaba, simplemente ahora ella se convertía en el bastión de su familia, y jamás recuperaría la inocencia escrita,  ya, en letras borrosas.
Pues hoy,  ante esa foto nítida y una frase tajante como devastadora, no sólo me he despertado sino he sentido como mi infancia laboral desaparecía, se evaporaba para siempre…
Comencé a trabajar muy joven, trabajé en todo lo que se me ponía por delante, incluso estudiando la carrera. Todos los trabajos me gustaban, me hacía sentirme libre, independiente, autónoma. Unos eran más serios que otros. Unos más divertidos, algunos más aburridos, pero disfrutaba mucho; era una época dorada que con mirar el periódico, te salían trabajos como setas en otoño… Así transcurrieron los años hasta que un buen día, una mañana de otoño lluvioso en Madrid,  me presenté a una entrevista de trabajo atípica como larga y, a partir de ese día de mil novecientos noventa y dos, comencé mi carrera laboral de verdad.
Mis recuerdos de entonces brotan como lluvia fresca en mi cabeza, plagados de anécdotas, ilusiones, risas, seriedad, aprendizaje a tope, experiencias únicas como la primera vez que me llevó la empresa a Santander a la junta general de accionistas; de verdad que me sentía la reina del mambo. Abría como una niña ingenua e ilusionada los ojos asombrados sin querer perder nada de lo que sucedía a mí alrededor. Mi mente se convirtió en esponja que absorbía todo lo que hacían y decían mis mayores hasta que llegó él a aquel teatro bien engalanado, se subió al atril y comenzó a hablar,  como hablan aquellos que saben decir, que saben de lo que hablan, que intuyen lo que sienten quienes le están escuchando. Sus ojos eran de halcón depredador, su sonrisa de inteligencia sincera y para nada abarrotada de ego… A veces paraba para beber agua y retomaba la palabra con una fina ironía sin dejar de apropiarse de la sabia seriedad que requería el momento; al final de la exposición se cayó breves segundos que los dedicó a mirarnos a todos los presentes mirándonos de una manera especial, entre un padre que mira a sus cachorros y el capo que no admite ni un titubeo… En este momento lo estoy recordando con tal claridad que parece que está sucediendo en este histórico momento.
Al finalizar aquella reunión observé a mis compañeros, incluso a mí misma, y todos estábamos abducidos  por aquel hombre de suaves maneras, impenetrable rostro y de porte elegante hasta la saciedad; en serio, no exagero ni un ápice.
Después de aquella primera vez, llegaron otras y cuánto más le escuchaba, más sentía que él de alguna manera me estaba convirtiendo en una profesional;  insisto, como un padre cuando enseña a sus hijos.
Pasaron los años, yo me fui de allí y tuve la suerte de recalar en otra empresa, no tan poderosa pero sí más familiar, cuya dirección era opuesta a la otra pero en la que me sentí igual de bien que la primera.
Y hoy, cuando el sueño me impedía casar la compresión con el intelecto, de repente, me he  encontrado frente a frente con la foto de aquel hombre poderoso que tanto bien me hizo, y he vuelto a sentirme como el día en que murió la madre de mi amiga Pilar : se me caía a pedacitos la niñez laboral del corazón y mis ojos se nublaban de vejez.
¡Descanse en paz, don Emilio Botín!... El hombre que llevó con orgullo y dignidad "la marca España" a todos los rincones del mundo

PD. He de decir, también,  que gracias a mi amiga Pilar, desde que comencé a trabajar, daba igual el trabajo que fuera, ella siempre me animó… Me decía “Hazlo por las dos, vívelo por las dos”… Y así lo hice, Pilar.

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