Hay días como el
de hoy en los que me despierto tan dormida, que se me cae el café que estoy bebiendo y, aunque comience el ritual despacio, a media
luz y encienda el ordenador para leer la prensa, es imposible hilar unas
palabras con otras; no sé ni lo que leo y menos entender.
Hasta que una
cerilla prende en mi intelecto y la mente se anima a comprender. Pues bien, hoy
ni eso. Sin embargo, ha habido un
momento impreciso que sin entender, mis
ojos se han quedado clavados en unas letras, en una foto. Iban y venían de las
palabras a la imagen hasta que he notado que una lágrima furtiva ha rodado por
mi rostro… Hace poco se murió la madre de mi amiga Pilar, ya no tenía padre, él
se fue hace mucho tiempo. Cuando su
marido me llamó para comunicármelo, me sentí dentro del corazón de mi amiga,
cómo, de repente, se la caía la infancia de su corazón y sus
ojos se nublaban de vejez; ya nada de sus raíces ancestrales la quedaba,
simplemente ahora ella se convertía en el bastión de su familia, y jamás
recuperaría la inocencia escrita, ya, en
letras borrosas.
Pues hoy, ante esa foto nítida y una frase tajante como
devastadora, no sólo me he despertado sino he sentido como mi infancia laboral
desaparecía, se evaporaba para siempre…
Comencé a
trabajar muy joven, trabajé en todo lo que se me ponía por delante, incluso
estudiando la carrera. Todos los trabajos me gustaban, me hacía sentirme libre,
independiente, autónoma. Unos eran más serios que otros. Unos más divertidos,
algunos más aburridos, pero disfrutaba mucho; era una época dorada que con
mirar el periódico, te salían trabajos como setas en otoño… Así transcurrieron
los años hasta que un buen día, una mañana de otoño lluvioso en Madrid, me presenté a una entrevista de trabajo
atípica como larga y, a partir de ese día de mil novecientos noventa y dos,
comencé mi carrera laboral de verdad.
Mis recuerdos de
entonces brotan como lluvia fresca en mi cabeza, plagados de anécdotas,
ilusiones, risas, seriedad, aprendizaje a tope, experiencias únicas como la
primera vez que me llevó la empresa a Santander a la junta general de
accionistas; de verdad que me sentía la reina del mambo. Abría como una niña ingenua
e ilusionada los ojos asombrados sin querer perder nada de lo que sucedía a mí alrededor.
Mi mente se convirtió en esponja que absorbía todo lo que hacían y decían mis
mayores hasta que llegó él a aquel teatro bien engalanado, se subió al atril y
comenzó a hablar, como hablan aquellos
que saben decir, que saben de lo que hablan, que intuyen lo que sienten quienes
le están escuchando. Sus ojos eran de halcón depredador, su sonrisa de
inteligencia sincera y para nada abarrotada de ego… A veces paraba para beber
agua y retomaba la palabra con una fina ironía sin dejar de apropiarse de la
sabia seriedad que requería el momento; al final de la exposición se cayó
breves segundos que los dedicó a mirarnos a todos los presentes mirándonos de
una manera especial, entre un padre que mira a sus cachorros y el capo que no
admite ni un titubeo… En este momento lo estoy recordando con tal claridad que
parece que está sucediendo en este histórico momento.
Al finalizar
aquella reunión observé a mis compañeros, incluso a mí misma, y todos estábamos
abducidos por aquel hombre de suaves
maneras, impenetrable rostro y de porte elegante hasta la saciedad; en serio,
no exagero ni un ápice.
Después de
aquella primera vez, llegaron otras y cuánto más le escuchaba, más sentía que
él de alguna manera me estaba convirtiendo en una profesional; insisto, como un padre cuando enseña a sus
hijos.
Pasaron los años,
yo me fui de allí y tuve la suerte de recalar en otra empresa, no tan poderosa
pero sí más familiar, cuya dirección era opuesta a la otra pero en la que me
sentí igual de bien que la primera.
Y hoy, cuando el
sueño me impedía casar la compresión con el intelecto, de repente, me he encontrado frente a frente con la foto de aquel
hombre poderoso que tanto bien me hizo, y he vuelto a sentirme como el día en
que murió la madre de mi amiga Pilar : se me caía a pedacitos la niñez laboral
del corazón y mis ojos se nublaban de vejez.
¡Descanse en paz,
don Emilio Botín!... El hombre que llevó con orgullo y dignidad "la marca España" a todos los rincones del mundo
PD. He de decir,
también, que gracias a mi amiga Pilar,
desde que comencé a trabajar, daba igual el trabajo que fuera, ella siempre me
animó… Me decía “Hazlo por las dos, vívelo por las dos”… Y así lo hice, Pilar.
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