Tal vez esa noche el grupo de amigos entre velas rojas regadas en Verdejo
Valdecuevas, fotos risueñas, y charlas a contraluz mientras la voz de Madeleine
Peyroux nos amenizaba con su canto intimista, estábamos cerrando paisajes
veraniegos en un otoño ciruela que, sin querer, comienza a precipitarse.
Ya, muy entrada la madrugada, cuando sus voces alegres desaparecieron calle
arriba, apagué las luces, y me senté en las escaleras a fumarme el último
cigarrillo con el canto de la cigarra. No me molestaba, muy por el contrario,
me ayudaba a recordar los momentos vividos, los rostros de unos y otros
imbuidos en sonrisas y palabras y, cuando la chicharra enmudecía un aire fino
venía a abanicarme despejando las telarañas de la noche. Se respiraba paz a
esas horas a pesar del repicar de la carretera alborotada por el trajín de
coches que iban y venían buscando las fiestas de la ciudad y sus pueblos. Aún
así, la noche era perfecta para indagar en sensaciones, para gozar de las
últimas briznas del verano, verano azul y lavanda, verde en sus bordes y
turquesa en el fondo…, porque pronto, apenas una semana el aire se teñirá de
rosa palo, tonos rojos, rosas viejos y deslucidos, los días aún se acortarán
más y mi hogar se teñirá de vivencias terrosas y ocres.
Y allí seguía varada en esa escalera fumando otro cigarrillo mientras la
oscuridad muda comenzaba a hablarme de la noche. Entonces miré hacia arriba y
encontré un cielo luminoso y empedrado, de chispas como estrellas y de una luna
serena como la hora en la que estaba. Nada hacía presagiar lluvia y, sin
embargo, mientras me regodeaba en aquella belleza oscura y contemplativa, unas
gotas minúsculas vinieron a acompañarme. Eran frescas pero no frías, húmedas
pero templadas, mínimas pero las justas para estremecerme en un escalofrío de
placer porque la tierra comenzó a rezumar su aroma de agradecimiento y mi olfato
se expandió por aquel césped que plantó, hace más de cuarenta años, mi padre.
Di la última calada al cigarrillo, recorrí la oscuridad con ojos
embelesados y, entonces, comprendí lo afortunada que soy por este mundo que me
rodea dándome treguas para reponer sensibilidades y energía, para agradecer que
soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor, y soy capaz de leerlo del revés
y del derecho y, así, devolver mi sonrisa a todo aquello que me regala ese
bienestar que, a veces, es inalcanzable y que, sin embargo, en ese momento en
que la noche languidecía, tuve la oportunidad de saborear los últimos estragos
de un verano que se va.
Me levanté, y me fui a la cama con las caras de mis amigos cosidas al
corazón… ¡Ojala!, el verano nos dé un sorbito más antes de irse otra vez.
1 comentario:
Oooo!!! Me quedo sin palabras... casualmente he venido a parar a tu espacio y acabo de leerte por primera vez. Me ha encantado tu descripción tan llena de emociones y sensaciones, maravillosa capacidad de transmitir.
Te sigo, sin duda.
Un abrazo
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