Un día que amanecía pronto con un sol tímido en sus comienzos, deslumbrante
poco después, y un muchacho que caminaba tímido hacia su presente más próximo,
hacia su futuro más incierto. Caminaba acompañado de don Quijote que le iba
susurrando palabras poderosas, tan ricas como es el castellano “El valor de un
hombre lo tiene por lo que hace, no por lo que es”…
¡Con qué poco se conforma el pueblo!, tan asfixiado de ausencias y
sinsabores… Hasta yo estaba tan contenta y entretenida delante del televisor
con la sensación de ser parte integrante de aquel festival colorido y
escuchando algunos latigazos de los reporteros a la historia y al diccionario.
¡Qué bonita estaba la ciudad!, tan limpia, tan decorada, luminosa, florida
y alegre y, mientras se iban desgranando las palabras del muchacho, palabras
cuidadas al milímetro, medidas y pausadas, pensadas y sentidas, me acordé de la
gente que no es nadie y, aunque rece por ellos todos los días para que el sol
llegue a sus horas, en ese momento me alegré por ellos porque al no ser nadie
estarían a salvo de las dentelladas más caninas que sufriría el muchacho que en
ese momento estaba haciendo su declaración más íntima y personal de sus
principios. Una declaración sonora, honesta y esperanzadora “Todo por y para el
pueblo”… Menos mal que a sus cuarenta y ocho años y en el mundo en el que ha vivido
hasta ahora (me imagino y espero de todo corazón) que estará curtido de
enjambres de mariposas aduladoras, de manos que esconden cuchillos, de lenguas
mordaces y asesinas.
Levanté los ojos hacia la pantalla y agudicé la vista para ver con más
nitidez a aquel rostro recién estrenado, repleto de emoción contenida y buenas
intenciones… Y sin poder controlar mi lengua más audaz que se soltó al vacío,
dije “Que Dios te pille confesado, muchacho” Sí, porque aunque tuviera cuarenta
y ocho años, parecía un crío mirando de vez en cuando a la tribuna donde
posiblemente se encontraría los ojos amorosos de una madre orgullosa de su bien
más preciado. Mujer curtida en los aromas más desagradables, en arquitecturas
falsas y que, sin embargo, nunca había perdido las formas, ni su educación más
exquisita, ni siquiera la sonrisa amable que se enfunda cada vez que sale a la
calle… Sin darme cuenta, estaba dentro del corazón de esa madre comprendiendo
cada latido.
El muchacho remató sus palabras, vocablos pegados a la realidad más real, y
salió de aquel lugar donde las viejas glorias, las nuevas y las que no son ni
lo serán jamás por mucho que se empeñen, habían escuchado al muchacho apuesto y
mejor preparado de todos los tiempos. En silencio abrazó a su amigo don Quijote
y juntos salieron a la calle a conquistar a un pueblo que necesita consenso,
entendimiento, conciliación, equilibrio y paz.
Apagué la televisión, sí, estaba emocionada y como nadie me veía
exceptuando mi perro, dije alto y bien claro:
¡Viva el Rey, Viva España!
1 comentario:
Esperamos que todo sea para bien. Paso por aquí Mª Ángeles para despedirme por las vacaciones, así que un besote, feliz verano y hasta Septiembre.
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