Hay regalos que
permanecen sepultados en el silencio de los tiempos y, un buen día, aparecen entre
los escombros de los años intactos e iluminados para que los redescubras
nuevamente.
Así como, a veces,
sientes la necesidad de poner en orden tu vida material reflexionando al pasar “para
qué guardé esto… He vivido años sin saber de su presencia, ahí arrinconada en
una estantería, en un armario ocupando espacio vital para seguir amontonando
materia trivial y sin sentido”… Y llega el día, de esos días lisos, sin
esquinas ni dobleces y te pones con el remordimiento frente a ti,
recriminándote esa actitud tan tuya de atesorar tanta materia mientras ahí
fuera falta de todo y tan esencial… Vacías armarios, cajones y baldas. Miras,
remiras, te pruebas, vas haciendo montones con lo que vas a dar y con lo que te
quedas, con lo que tiras…; esa primera parte es fácil, rápida, no así cuando
llegas a los cajones y te encuentras de todo y más, un batiburrillo que bien
parece una feria de recuerdos desencontrados entre sí… Con alguno de ellos
haces memoria viniéndote golondrinas al atardecer colgadas de una sonrisa… La
caja de latón con fotos a cual más espantosa pero igual de divertidas…
Periódicos amarillentos que guardaste como recuerdo al horror de un once de
septiembre, un once de marzo… Y de pronto, como si estuviera esperando al fin
su momento estelar aparece un sobre con mi nombre y sin remitente, hasta la
solapa se ha vuelto a pegar; ha sido la losa del tiempo quien deseó sellar
aquel sobre que miro con deleite sin saber por qué hasta que me decido abrirlo.
Dentro, un tarjetón y una carta; ambos datan del veinticuatro de diciembre del
dos mil seis.
La tarjeta lleva
impresas unas letras deliciosas que hablan de beneficio de una sonrisa y que
ésta es gratis; ahí me paré para recordar que siempre estoy diciendo que
sonreír es gratis y, realmente, no son palabras de mi cosecha. Acababa de
encontrar su dueño, ese tarjetón brillante y coloreado que se conserva intacto.
Después pasé a la
carta, de esas cartas de las de antes, de las que se escribían de puño y letra
de su autor… Es una letra titubeante, tímida, sincera y humilde, hasta tierna,
diría yo… Alguno estará pensando cómo puede alguien decir esas cosas de una
letra. Pues sí, era lo que provocaban aquella sucesión de letras formando una
cascada de palabras tan sentidas… Lo mejor fue que, sin darme cuenta, mi ego se
iba esponjando como las nubes cuando se esponjan como hogazas hasta que se convierten
en etéreas; eso mismo me estaba pasando a mí hasta que mi otro yo, ese que nos
suele poner en el sitio correspondiente sin halagos ni vanidades, me dio un
toque de realismo y me susurró “Alma de cántaro baja a la tierra” y bajé para
abrazar la firma de su autora. Una Rosa en el jardín de mi vida que creció
espontánea al abrigo del amor a las letras y a la amistad.
Volví a meter el
tarjetón y la carta en el sobre. Después, me lo acerqué al corazón para decir,
con el retraso de casi ocho años, ¡Gracias!
Había caído la
tarde, la penumbra se había hecho la dueña del tiempo, la lluvia goteaba sus
incesantes racimos de agua y yo proseguí mi labor de exterminio material.
5 comentarios:
Rebuscar en los cajones provoca hallazgos de todo tipo. Es como abrir una ventana en el tiempo. Otras veces los encuentros hieren como vidrios rotos.
Besos con sabor a nueces y chocolate.
¡Qué hermoso buscar en los recuerdos y encontrarnos con verdaderas sorpresas! A veces duelen pero casi siempre son gratas y nos recuerdan a un tiempo pasado inolvidable. Besos.
¡Cuánto tiempo!
Me resulta familiar el encuentro de cartas y cosas que ni recuerdas acumuladas en los cajones. Como tú, guardo y atesoro muchas cosas que con el tiempo encuentro y me hacen recordar...
¡Cuántos recuerdos nos conforman!
Buena semana, amiga.
Y yo me perdí esta delicia que dice, de nuevo, tanto de ti, de tu mirada generosa y sincera en el tiempo, de tu sensibilidad ante los pequeños detalles.
Te quiero mucho.
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