Ayer lloré; tal vez el alma lo estuviera pidiendo a gritos. No fue un
llanto largo ni ruidoso, el justo para dar rienda a un sentimiento en soledad,
un acto íntimo y personal que a veces hacemos para encontrarnos frente a frente
con los sentimientos que negamos.
Llegaba casi flotando después de haber viajado por un paisaje gris vestido
de blanco, un día de esos de invierno en los que antes de caer la tarde la luz
hace prodigios mostrándonos el lado más bello de la naturaleza. Las sombras de
los pinos se hacían alargadas mientras los charcos se convertían en espejos de
la última luz, pero antes había sobrevolado Segovia y había sentido que formaba
parte de un cuento de Dickens mientras la nieve gateaba por el aire, por el
campo…
Abrí la puerta de casa feliz; ella estaba muda, en reposo e iluminada por
luces amarillentas provenientes de la calle. Con la maleta a rastras y sin
quitarme el abrigo me senté en el sillón orejero de mi madre, y me vino a la
boca el sabor insípido de la nada, del vacío. Contuve la respiración para no
sentir más de lo deseado, pero la realidad me golpeaba las sienes como diciendo
¡Despierta!... Y me puse a mirar el aire en suspensión, a escuchar el mutismo
del silencio, el eco de las paredes.
Reflexioné con los ojos para decirme que hay que saber mirar, mirar con
cariño, condescendencia y comprensión. Sentir el latido en la mirada, presentir
con la vista lo que a simple vuelo de pájaro no se ve…, y sentí tanto bajo mi
mirada por aquel espacio abandonado a la fuerza por su ama que se me escaparon
apenas unas cuantas lágrimas para arrullar a aquella casa que siempre me espera
tal como la dejé la última vez; ambas nos encontramos, una a la otra, lamimos
esas heridas que no se ven, sentimos la ternura del tiempo sobre nuestras vidas
contrahechas y, como si el momento se hubiera terminado, sentí bajo el abrigo
un leve escalofrío que me abstrajo de aquellas emociones, insisto, de aquel
instante íntimo, para devolverme al presente.
Encendí las luces, la música de Rod Stewart sonó por los altavoces y me
puse una copa de vino de mi buen amigo Juanjo; era hora de dar vida a todo mi
entorno y calidez a mis hechos.
1 comentario:
Me has hecho recordar este poema que escribí hace mucho tiempo:
LA CASA
Todos mis preciados recuerdos
duermen en el sueño de la casa
allí reposan mis primeras imágenes
mi madre muy joven siempre cerca
mi padre alto lejano delgado
mis abuelas vestidas de posguerra
con el paso del tiempo mi hermana
más tarde dos hermanos gemelos
vecinos animales amigos familia
historias que olvidar no quiero.
Dos lágrimas caen melancólicas
recordando todos aquellos años
mi infancia ya exterminada
mi adolescencia tan añorada
mi juventud tan seca y dura
después la casa se me alejó
con mi ansiada independencia
afortunadamente siempre esperaba
para darme refugio de dolores
con mi madre rigiendo el timón
y mis tres hermanos amaneciendo
al mundo inhóspito e inevitable.
Ahora la casa permanece muerta
abandonada en la indiferencia
solamente habitada por sueños
de todos los que la quisimos
gobernada por la larga ausencia
de ecos de risas y tristezas
de la memoria de todos nosotros
de nuestras fantasías y tinieblas
regida por el espíritu amable
de quien siempre mandó en ella.
Besos.
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