Cada vez que me
pongo delante del teclado antes de que haya despuntado el alba (por eso de que
la luz de un flexo invita al recogimiento), siempre pienso que escribir es un
ejercicio de memoria, de recordar, denunciar, de amueblar tus propios
pensamientos para que veas con más nitidez lo que sientes, lo que te provoca
cada mirada cuando la lanzas al exterior. Porque en definitiva somos lo que
recordamos, viajamos, vemos, pisamos, pensamos, paseamos… Lo que no quiere
decir que lo que somos para nosotros mismos, seamos para los demás. Mi luz
interior no siempre coincide con la luz que transmito a otros. Por ejemplo,
cuando uno ha enfermado, todo tu mundo íntimo y personal gira alrededor de ese
antes que eras cuando creías estar sano, y ese después en lo que te has
convertido con el paso del tiempo. Todos vamos evolucionando acorde con
nuestras experiencias, vivencias que nos hacen mutar a otro yo. Y aquí entra “la
madre del cordero” si tú no te aceptas con esa persona en la que te has
convertido o, si los demás tampoco te aceptan; o todo lo contrario. A mí me
costó aceptar mi nueva identidad, respetarme, volverme a querer, admitir mis
limitaciones, ser consciente de esa nueva realidad. Pero gracias a mi psicólogo
me fue paulatinamente enseñándo a andar de nuevo. Aún no he llegado al punto
de saber si soy ahora mejor o peor que antes, pero sé lo que quiero, sé adónde
voy… He aprendido a perdonarme, a borrar al fantasma de mi jefe que tanto daño
me hizo pero que hoy, con el paso del tiempo, lo miro desde otra perspectiva
más positiva… Y es que el otro día leyendo la experiencia de una mujer que,
como muchos, de la noche a la mañana se vio sin trabajo, decidió sacar brillo a
su propia realidad.
No estoy exenta de
dolor cuando siento que alguna persona la cuesta admitir mis titubeos, mis
miedos, la lentitud en asimilar las cosas, en responder rápidamente a lo que se
me requiere, y piensa que aún sigo enferma. Y no, no lo estoy, porque la vida
es una actitud y de ella depende que trate de ser feliz tal como soy teniendo presente
que cada paso que doy por supuesto que es sensible de mejora, y trato de
hacerlo pero sin renegar en quien me he convertido.
Debo, debemos, mimar
nuestra actitud, que sea sinónimo de frescura, alegría, de ser condescendientes
con los demás y con nosotros mismos, y no olvidar nunca, nunca, el ser
positivos, nunca negativos por muy malas que arrecien nuestras tormentas
íntimas y personales.
2 comentarios:
No es fácil ser positivo cuando ves como la miseria crece día a día.
Cuando ves cada vez más gente buscando entre la basura.
Cuando ves más paro y que los que trabajan cada vez cobran menos.
Y cuando ves a los que gobiernan cobrando sueldos en negro producto de la corrupción.
Hay que ser ciego o idiota para no verlo.
Besos.
Yo creo que un exceso de alegría puede ser muy malo,
por eso suelo ser un poco negativo,
siempre saboreo más mis éxitos.
Pero estoy de acuerdo que hay que ser condescendiente con los demás,
siempre podemos ser más afortunados que otros,
por tanto hay que ser feliz de ser lo que somos.
Un placer leerte.
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