¿Alguna vez os habéis sentido avestruz? Yo tantas que he pasado una parte
de mi vida debajo de la cama contando todas las pelusas que había allí. ¿Por
qué se da esta sensación anímica? Tal vez porque has actuado de forma poco
clara, porque has sacado la lengua a pasear (“Por la boca muere el pez”),
porque la discreción y la prudencia se han escondido tanto que no las has
encontrado, por cobardía; tantas y tantas cosas para disfrazarte de avestruz…
Los primeros momentos al sentir que te crecen las plumas son espantosos;
una vergüenza interior crece hasta que aflora por los poros de la piel. Más
tarde buscas excusas, te das la razón, todo con tal de que desaparezca esa
sensación, pero no se va ¡Qué va!, aún se acrecienta más porque has perdido la perspectiva
de la realidad con tanto autoengaño.
La siguiente sensación, creo que es peor: la tristeza, el remordimiento;
aquí comienzas a flagelarte hasta que te haces heridas en el alma; vamos, que
no te perdonas ni aunque reces veintisiete rosarios, o hagas la penitencia de
no fumar en un par de meses.
La última sensación es como una caída libre hacia el vacío; yo la llamo
pozo por eso de la oscuridad. Sin embargo, a pesar de la noche oscura en que se
halla tu mente, hay una luz energizante que va a ser la impulsora de que, una
vez que has sido capaz de reconocer tus errores, será la que te guíe nuevamente
a ese mundo de luchas continuas contigo mismo o con los demás; la batidora de
la vida se encargará de mezclar todo.
Hace un par de años logré aprender algo muy importante que hasta ahora mi
memoria huidiza no lo ha olvidado: el perdón de volver a empezar con la
enseñanza aprendida. Claro, esto no quiere decir que no vas a volver a tropezar
en la misma piedra, ni muchísimo menos, al menos en mi caso. Simplemente te das
la oportunidad cada mañana de comenzar de nuevo tu camino; sientes el alivio de
esa oportunidad y te levantas con las rodillas desconchadas, pero con energía
para volver a empezar.
¿Serán capaces los demás, los que nos rodean y nos soportan diariamente, de
perdonarnos también? ¿De ayudarnos diciéndonos las verdades con cariño, pero
verdades rotundas al fin y al cabo? Yo cuento con un par de personas que son
fantásticas, y no sabéis lo que se lo agradezco… Lo malo que no hemos de abusar
de ellas, a no ser que queramos correr el riesgo de que su paciencia se agote.
¡Buen fin de semana, amigos!
1 comentario:
Más de una vez he pensado en aquello de tierra trágame. No queda otra que pedir perdón y aprender de los errores. En esas andamos la mayoría.
Que el finde sea de agradecer.
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