Han pasado quince días y no se esfuma su timbre, su voz,
aquella noche resumiendo los últimos diez años: cabreos laborales, sumisión al
final y feliz con el transcurso de esas horas que todos hemos pasado
trabajando. Novios, matrimonio, divorcio… Su sonrisa abierta, afable, bonachona
poniendo la guinda en cada capítulo de su vida.
En aquel entonces (me transporto al año noventa y tres ¿Ha
llovido, verdad?) ya apuntaba maneras de justiciera la mujer de la que os hablo,
amiga del desfavorecido, de palabra amable con todo el mundo, inconformista
ante la injusticia… Hoy, tantos años después, no ha cambiado, sigue siendo la
misma… ¿O no? Ahora va detrás de la pancarta de turno (ya sabéis que aquí en la
capital, todos los días hay manifestaciones. Desde aquel 15M nada ha vuelto a
ser igual; lo dice ella y tiene razón), su voz pone palabras a la cólera
colectiva y, por si su voz no fuera suficientemente nítida, se ha comprado un
silbato.
Cuando termina de trabajar, cambia su traje de chaqueta y
sus tacones, por unas zapatillas, unos vaqueros y su inestimable e inagotable
ilusión por la justicia.
Por cierto: ella es amiga de otra mujer que cree en la
justicia cósmica… ¿Queréis que os hable de ella? Os aseguro que no tiene
desperdicio y yo me siento muy afortunada de poder contaros la vida de estas
mujeres anónimas que son imprescindibles para que el mundo sea un poquito menos
malo.
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