Estaba enfrascada al olor de unas páginas cuando ellas mismas encendieron la cerilla de mis sentidos, y me puse a escribir con un bolígrafo de plata; era prestado, de un amigo que se acercó a rescatar mis sensaciones…
En la costa aún canturrean los grillos a pesar de estar en el ecuador del otoño. Su sonido es melodioso al igual que el del mar que, aunque la oscuridad lo esconda, está ahí: leve, guardián, sereno. Me apoyo en la barandilla a husmear en la negrura de la noche sólo con el candil de la luna que juega con las nubes, y presiento al mar rizando olas y su espuma deshaciéndose en la arena.
Sin querer, la claridad se expande ante mí para ver el momento en que la tarde- apenas hacía unas horas- languidecía y el sol estrellaba su yema anaranjada entre el cielo y el mar ¡Qué sensación más plena!
Son momentos de quietud que tus poros respiran cada segundo que les roza haciéndote comprender que la serenidad es más potente que la felicidad fugaz y sensorial.
He vuelto mis ojos hacia la casa. Por una ventana se veía a Carlos imbuido en su mundo versátil y constante y, en la otra ventana, Maika haciendo sudokus y mi marido leyendo el periódico; he sentido mucha paz mientras me dirigía al interior de la casa y el mar me susurraba olas blancas.
1 comentario:
Y esa paz que has sentido la transmites de forma que se contagia.
Qué dulzura de instante...
Besos
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