viernes, octubre 19, 2007

TIEMPO DE CASTAÑAS

Son las ocho y, en estas tierras perdidas, la luz comienza a despuntar, las gotas de lluvia se estrellan alegremente contra el cristal. Me pregunto dónde estarán las largas tardes del verano, los rayos luminosos y el calor de un sol aplastante Ahora te toca disfrutar de otras sensaciones, de otros aromas, de otra paz. Es la época del fruto maduro, de la hoja ocre, la bellota y la nube gris. Es tiempo de olor a tierra húmeda, a madera calcinada y niebla parda. La lluvia extiende su manto sobre el cuerpo terrenal y al abrigo del frío, recordamos calores pasados. Es el momento de la lana cortada con esmero y los campos abandonados. Es la fecha de la nostalgia, del frío y el agua; la reflexión nos invita a tallarear nuestros pasos andados. Es la estación del canto mudo del pájaro que emigra; de la dormidera terrenal. Es el instante del recuerdo de aquella sonrisa como cartel luminoso, del vaho adherido al cristal, del fuego en el hogar.

Mientras parto la leña, respiro el helado aire de Castilla y, ya de regreso por el camino de cabras y pastores, encuentro un castaño solitario. Hago un alto en mi tránsito y le contemplo maravillado; a mis pies se extiende su diminuto fruto de color cobrizo y de piel suave. Sé que no hablan, sin embargo me invitan a que los recoja en mis bolsillos. Estos se abultan aunque el peso sea una pluma y prosigo mi caminar.
La niebla reduce distancias y se deposita sobre mis hombros; ambos caminamos al unísono en un afásico diálogo. Me percato que el horizonte es más ancho, que la soledad es más intensa y, allá en la lejanía, oteo el ciprés que acompaña al campo santo. Dedos de Dios que se erigen entre la espesa niebla como reyes de la eternidad; dicho pensamiento me estremece, pero el roce de mis manos con la dulce castaña en el bolsillo me reconforta.

De nuevo, oigo un sonido familiar: son las campanas del convento que habita en esta extensa llanura, me llaman a la misa diaria, pero hoy no voy. Estoy bien acompañado, no necesito recurrir a los gruesos muros de un románico cisterciense para hablar con Dios… Él está en mí.
Paso cerca de la chopera, allí donde las meriendas estivales van acompañadas de risas infantiles y bicicletas. Ahora permanece desnuda de traje y sonido, sin embargo, sobre su suelo se extiende una alfombra de tonalidades amarillentas, aceitunas y pardas que dan ganas de revolcarse sobre ella, pero me conformo con andar; mis pisadas son aún calladas, la estación no ha avanzado lo suficiente para que la hoja se seque y haga ruido al ser destripada por un pie.

Antes de entrar en casa con mi equipaje invernal, veo al señor roble al borde del camino que, al igual que el castaño, esparce por la tierra su fruto: son bellotas, alimento de los cerdos, esos que en enero nos darán jamones, morcillas, chorizos y no sé cuantos alimentos más; las recojo. Leí que debemos plantarlas, así nacerán nuevos robles; no hay hueco para recoger muchas y entre la leña meto unas cuantas…, mañana recogeré más. Yo, mis ojos y mi alma contemplan el ocaso y lentamente guardo la semilla para su próxima primavera. La imagen del cerdo me ha recordado que es temporada del caldo sabroso que calienta cuerpo y espíritu.

Se agradece el calorcito al entrar en el hogar. Me arrodillo, ceremonioso, para comenzar el ritual: astillas, troncos y piñas se apilan de manera cuidada y, con un leve chasquido de una cerilla, prende el fuego. Dibuja formas juguetonas, traza nubes rojizas y destellos amarillos; muy despacio un olor que va con las paredes de la casa que me vio crecer, se reaviva. Tomo las castañitas que se prestan rápidamente a ser asadas, algunas están casi listas para su consumo. Entre mis manos se refugian y su calor me adormece plácidamente… la imagen de la persona que provocó las primeras letras de un cuento viene a mí; la protagonista era, en aquel entonces, una castaña, esa vez, metida en una nevera toda una noche y refugiada en una hoja de lechuga ¡Qué pena! No recuerdo más, tiré el cuento a la papelera virtual. Me dijiste que era muy malo, pero no me desanimé y continué pintando letras de todo aquello que provocara una reacción en mi corazón. Siempre eras tú, que metida de alguna manera en aquellos renglones torcidos, inspirabas mi imaginación: unas veces tomabas la forma de alcachofa, otras de helado…, muchas, del ir y venir del amor, ese sentimiento fugaz, pero perenne en nuestras vidas. Él, como la naturaleza, tiene la hoja caduca y, de nuevo, nace vigorosamente, iluminando cada recoveco de nuestras horas y minutos… ¡Humm! qué buenos son los recuerdos y estos instantes entre el fuego y la castaña para poderlos saborear, meditar, relajarnos en ellos.

La naturaleza languidece, se encierra en si misma para, un día, volver a renacer. Es el curso de la vida, el momento de nostalgia por antonomasia, es… el otoño.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Este es mi relato hiperfavorito. Cati

MercheBM&cambalache37 dijo...

Buenooo... yo alucino, no por el gran reconocimiento del que goza la autora, ese se veía venir, sino de que yo haya estado en el limbo, y me haya perdido tantas cosas... el tiempo del que no se tiene tiempo...

Así es, amigo lector, nos encontramos ante una escritora que plasma, que se deja envolver y que te envuelve...

pd: a la Lola, no la perdono que no me haya informado, je, bastaba una llamada, guapa

Lola Bertrand dijo...

Encuentro bellísima tu descripción del otoño, Angeles, ya que este parece estar tanto dentro como fuera del personaje: es un otoño tan plácido¡¡¡
Maravillosas palabras las tuyas.
Abrazos del mar.
Lola

Anónimo dijo...

Aquí, en este pedazo de nuestra tierra, ya están las castañeras en plena Calle Mayor,lo que es señal inequívoca de la presencia del otoño.
"Consumir preferentemente antes de que se enfríen", reza en un cartel de una de las casetas.
Bello relato, pucelana.

Anónimo dijo...

Lo pones difícil, me cuesta escoger uno de los textos como preferido. Todos tienen su "ángel" ... pero este es uno de los elegidos.

Anónimo dijo...

Este es especial, Mª Ángeles.

Me ha gustado la relectura y el encanto de encontrar tu mano literaria escarbando en el otoño.

Un abrazo ASÍ

Rosa

Anónimo dijo...

Por los textos...votaré por la escribe...ya es una joya!! Y de la fotos me gustò esta del otoño!!

Anónimo dijo...

...sabiendo que nuestra pena, está henchida de primavera.