viernes, abril 28, 2017

AURORAS...

Me desperté sin saber dónde estaba. Una luz menuda se colaba por las cortinas. Los párpados pesaban tanto que, aún esforzándome en elevar sus persianas, se desplomaban como si no quisieran enganchar al día.

Me quedé arrebujada en la posición fetal que un día aprendí antes de nacer varios minutos, entretanto se iban despejando los últimos vahos del sueño que me envolvían dulcemente en una leve dormidera del color de la ceniza desteñida.

Al cabo del rato, creí escuchar algo fuera de la ventana, aunque mi pereza evitaba que moviera un solo músculo, sin embargo el sonido se repitió y, sin querer queriendo, más pudo la curiosidad de saber qué era aquel sonido tan pinturero. Me escapé de la cama de un salto y, de otro, coloqué las manos en el manillar del balcón. Los dos cuarterones se abrieron con una fuerza inusitada. Tal vez era la vida que clamaba ser vivida, o ese airecillo jocoso que despertaba el día. De un salto me volví a arrebujar entre las sábanas, apenas dejaba visibles la nariz y dos ojos desorbitados por la cálida luz de un melocotón en flor.

Me relajé en el calor de mi cuerpo, me estiré por los rincones frescos de aquellas sábanas de hilo viejo, y un placer de rocío iba entrando en mi ánimo.

¿Dónde estaré? Me pregunté al tiempo que un coro de pájaros revoloteaban en mi balcón, y sobre la rama pelada de un árbol a la que alcanzaba mi mirada mientras mis ojos tiernos se balanceaban en ella.

La luz iba cambiando su mensaje a la par que se desnudaba y dejaba su piel como si fuera añil. Sí, el cielo sin borrascas, el cielo sin grises, solo y eternamente azul. Y yo seguía mi contemplación añadida al sabor del placer, de esa pereza que nace con la aurora. Deleite y regocijo pululaban entre mi cuerpo y los sentidos, y en las esquinas del calor recordé al amor, ese que pace sosegado y pegado a la epidermis del gozo y que llegando sin ser llamado le asistes con el corazón.

En estos desdibujados pensamientos estaba cuando, de pronto, el trino y el cuco se mezclaron con las campanadas al ángelus. Su sonido dio mil vueltas fuera del mirador. Auné sonido y luz y comprendí que llamaban a la aurora, a comenzar el trabajo, a abrir la vida y caminar por sus angostos o llanos rincones. Fue mi cabeza que hizo toc-toc susurrándome “Estás en Silos”

Me desperecé, sonreí y dando un salto me enganché a mi vida un día más.

4 comentarios:

Ambar dijo...

"abrir la vida y caminar por sus angostos o llanos rincones". No se puede expresar mejor.
Besos

Macondo dijo...

El enhiesto surtidor de sombra y sueño te espera en su soledad, acongojando al cielo con su lanza.
Qué bonito lo has pintado, María Ángeles.

Mª Jesús Muñoz dijo...

En tu escrito unes la luz, el trino y el placer de las sábanas de forma magistral, amiga...Hasta llegar a tocar la campana espiritual del monasterio de Silos...Una preciosidad.
Mi felicitación y mi abrazo.
Feliz puente, M.Angeles.

Anónimo dijo...

Que la Aurora y tu os lo paseis muy bien viendo arte