Hay mañanas de duende y días sin duende que,
aunque te empeñes en prefabricar un elfo, errarás porque nacen espontáneos para
sorprenderte.
Si notas su presencia, déjate llevar, sin más. Apretarán
sus manitas invisibles a las tuyas, notarás un cosquilleo en el corazón, oirás
sus campanillas pegadas a la oreja, tu olfato se expandirá y percibiras, al
fin, que las sensaciones vuelan por cualquier lugar. Las mías, ayer, comenzaron a revolotear muy de mañana.
Se acicalaron de turista accidental en ese Madrid que se me antoja bronco en la
vida diaria para atraparme en los ojos
de un extranjero cualquiera que es capaz de ver más allá que un paisano
de a pie. De la Gran vía se esfumó el ruido para ver un rosario de coches de
colores atascados felizmente en el santuario de cualquier película o cuadro de
Antonio López. Sin embargo mi elfo tiró del embeleso y me arrastró a Huertas,
ese Madrid de letras, teatro y bohemios, allí donde discurren edificios bajos,
tiendas deliciosas empujadas por el minimalismo del S XXI anclado en principios
del XX. Tascas chiquitas con lectores de periódicos, y conversaciones atrapadas
por el simple placer de conversar bajo un sol de primavera.
Yo fumaba en una esquina embrujando a mis pulmones
de un humo que hiere cuando, de pronto, el duende movió mis ojos más abajo de
una fachada, ahí se quedó mi mirada, cosida a la belleza, a la ternura de dos
galgos, Lola y Orus. Su estampa me arrastraba del sosiego a la sensibilidad,
del mimo a la suavidad, de la elegancia al amor.
No pude reprimir el impulso de jadear mis manos
entre Orus y Lola. Con sobria dignidad ambos se dejaron acariciar su pelo
zahíno y chocolate con manchas de merengue. Según mis dedos disfrutaban de su
contacto presentía en ellos tanto guardado que me levanté electrocutada de
sensaciones. Seguí fumando en aquella esquina tranquila de calles recoletas y
prunos primaverales, pero el humo se esfumó y mis dedos volvieron a la
querencia. Los ojos seguían arrastrándose hacia aquellos dos perros. En mi
interior, preguntándome cómo preguntar a su dueña que algo de ellos me contara…,
y me tradujo las historias de siempre
endosadas a la figura de un galgo que, después de su servidumbre, perecen en
una cuneta, en un foso o en un ahorcamiento, vagando en la eternidad del
abandono.
Qué penurias habrán pasado Lola y Orus para que
uno de los dos no pueda soportar la cercanía del hombre, sin embargo no quiero
interiorizar en ese dolor, prefiero disfrutar de la bondad de quien les rescató
y que, seguramente, más de una vez Lola y Orus lloraran con las caricias de su
ama, lloraran sensaciones gratas, de agradecimiento, porque los animales,
aunque no se pueda entender, dentro de ellos existe la elegancia de sentir, de
sentir amor, gratitud, piedad, afecto, fidelidad, sensibilidad…, demasiados
sentimientos que muchos humanos no saben ni cómo se escriben.
Ya lo dijo Lord Byron “Cuánto más conozco a los
hombres, más quiero a mi perro”
Lola, Orus, fue un placer conoceros, sois dos
duendes.
2 comentarios:
Los perros son ángeles. Su mirada es la cosa más tierna del mundo, los adoro.
Tu texto es precioso. Aborrezco a la gente que es capaz de maltratarlos y abandonarlos. Tengo una historia horrenda que marcó mi niñez, pero no la quiero contar de momento, es demasiado dolorosa.
Me ha encantado la sensibilidad y belleza con la que has captado y descrito el momento.
Besos.
¡Precioso!
Has descrito magistralmente ese mundo de sensaciones a la hora de acariciar a un perro conectando con su sentimientos.
Porque efectivamente, los animales sienten y padecen.
No puedo entender a esos desalmados que son capaces de maltratar su inocencia.
Leí una vez, que los perros, tienen la mentalidad de un niño de dos años. Por eso comprendo su vulnerabilidad.
Mientras no existan leyes que hagan pagar estas injusticias con ellos, seguirá siendo sangrante la crueldad humana.
Muchos besos.
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