miércoles, junio 22, 2016

GENTE MALA, QUÉ ASCO, ¿NO?

Me metí en la cama con una afirmación que me zumbaba en los oídos y en la sesera. Provenía de una amiga cuyas aseveraciones las tengo muy presentes por su buen juicio y prudencia. Y cuando ella habla, hay que escucharla y meditar sobre sus palabras, tal vez las interiorice y deba seguir por esa senda…
El calor en Madrid se pega a las paredes de los edificios,   los árboles y las flores tratan de sobrevivir a él a duras penas con chapuzones de agua. Pero la quemazón viene sobretodo del asfalto, semeja la tierra ardiendo bajo la plantas de tus pies hasta llegar la canícula a tu raciocinio y dejarlo como un bistec a la plancha seco y chamuscado.
Pese a ello me adentré en uno de los lugares de sabor y solera madrileños: Malasaña. Calles estrechas que suben y bajan, igual que si estuvieran subidas en una montaña rusa. Tiendas chiquitas de barrio o de diseño. De tascas de siempre, bares con raigambre y prosapia, que en fin de semana hierven cervezas, voces, risas y tumulto, pero que entre semana, el paisaje es cálido y sosegado.
Mis pasos me llevaron a un café que no conocía. Bueno, a veces pienso que Madrid y yo nos casamos hace treinta años, pero lo nuestro no funcionó por falta de uso y comunicación. Tal vez sea que no había llegado el momento de rozarnos, y llevamos de unos meses para acá que flirteamos el uno con el otro y hasta nos gustamos; las cosas del querer, a veces, va por los derroteros más extraños, y lo mejor es dejarte mecer a ver qué pasa.
El café Ruiz me cautivo nada más verlo. Decimonónico, anclado en un tiempo que fue que hoy sigue siendo actual con tintes de intelectual. En un rincón estaban seis personas tan entretenidas descifrando una carta astral. El primer paso que di fue sentarme en una especie de balcón abierto a una calle recoleta, de edificios recién peinados, en los cuales reventaba un color rojo  en algunas ventanas; unas gitanillas desplegaban sus alas dando vida a una calle tranquila y asfixiada de calor. Mi mesa diminuta se fue extendiendo de rostros conocidos y voces vivarachas, ya se sabe que el español de hablar bajo, nada, parece que si lo hiciéramos no se nos sentiría. Después nos fuimos a otro recoveco del café. Unas teteras plateadas, tan brillantes que no podía alejar mis ojos de ellas, pero un leve toque me hizo aterrizar a una mesa rectangular en la que nos sentamos a divagar y con la excusa de “Sevilla…Gymnopédies” se divagó sobre los escritores, incluso sonó Gymnopédies de Erik Satie que me sigue emocionando cada vez que escucho una versión en concreto. Porque la música nos transforma y nos transporta hasta sentir un vuelo rasante sobre imágenes, personas, vivencias y placer.
Y entre palabras y palabras, surgió la frase de mi amiga “No sabes describir gente mala, retorcida, esa con la que nos topamos cada día y que existe”. Otra amiga que estaba a mi lado, también confirmó ese hecho. Miré a una, miré a otra, mis ojos estaban en ese momento en un partido de pimpón a cámara lenta y mi sesera agarrándose con uñas y dientes a esa afirmación que, sin habérmela dicho a mí misma nunca, yo la presentía en las puertas de mis letras pero no dejándola pasar.
“¿Por qué, porqué?”, me pregunté antes de apagar la luz, incluso durmiendo mis subconsciente apelaba a que me preguntara y cuando mis vahos nocturnos se han despertado con las primeras luces, lo primero que me he preguntado ha sido “¿Por qué?” y me he respondido con el segundo café:
“Ángeles no dejas pasar a la gente retorcida, o esa que se entiende por mala porque las aborreces, porque huyes de ellas, porque te desequilibran nada más otearlas. Sin embargo si te haces pasar por escritora que es la voz de la calle, debes pintar esos personajes, personas que hunden a otras por celos, envidia o porque el mal nace de sus entrañas”
Me he tomado un tercer café y me he puesto tan contenta “¡Qué puñetas, muñeca!, anda que no tienes cabroncetes y cabroncetas a tu alrededor, habla de ellos, ponles voz y hechos, mucho no te va a costar. Solo con mirarles un ratito, pintas el pan nuestro de cada día”

1 comentario:

Unknown dijo...

Pues,la respuesta de éste comentario encuentro en la página 41del libro "Pero a quien escribe se le escurre entre los dedos ese yo secreto y sólo quien sabe leer del revés puede encontrarlo".