Parte de mi mundo gira en torno a ella, esa mujer recogida en un caparazón,
en su particular caracol que apenas se deja ver, en la penumbra de su mirada y
en pasos que no son. Su mirada perdida me hace recrearme en ella, en ese mundo
que espera una estrella, un rayo de sol que ilumine una esperanza perdida, que
la nostalgia evapore la oscuridad. Parece que no siente y para mí cada día
siente más, se va convirtiendo en una lectura constante a través de sus modos y
formas. Sus manos aradas de venas malvas, sus dedos cada vez más torcidos, se
extienden, se estiran para implorar. Su cuerpo cada vez más curvo se encoge
para aliviar el frio que recorre su alma desolada. Su cabeza agachada, cada vez
menos poblada pero igual de peinada se balancea de un lado a otro pues quiere
escuchar lo que se la escapa pegando la oreja hacia el viento que trae palabras
de unos y otros y, así, apegarse a otras vidas para que su llama no se esfume.
Es mi madre, como cualquier otra madre, y a mí me resulta cada vez más
bella, más mía, en nuestros silencios, en nuestras penumbras, en nuestras
palabras buscando la vida que se pierde.
Tardes con Teresa que me hacen crecer aunque el corazón se me achique.
1 comentario:
Besos paras la dos.
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