No todos los veranos son
iguales aunque todos guarden similitudes. Unos están salpimentados de mar,
otros de tierra adentro. Yo aún la mar no la he rozado aunque cuando la añoro
cierro los ojos y buceo en su espuma, en sus azules y escucho el rumor del
viento, el oleaje al llegar a su orilla y el canto de mi gaviota clamando libertad.
Pero cuando levanto los párpados, mis pupilas descubren que navego por el mar
castellano de inmensas llanuras y atardeceres con aroma a paja y la musicalidad
de la chicharra. Mis pies no se hunden en la arena sino en un césped mullido y
recién regado. Noto en mis plantas el tibio roce del agua y la tierra. Levanto
mi cabeza y descubro nubes que se esponjan como hogazas y si miro más allá el
horizonte se ensancha de una dulce frambuesa.
En mi jardín hay una pérgola para
tardes perezosas y noches de verano donde la algarabía se concentra mezclando
voces y conversaciones, risas y susurros, y en cuya penumbra vas descubriendo
la magia de la amistad, las miradas cómplices o furtivas, lo que callas o lo
que dices con tus silencios. Una pérgola para roces lisos y sin esquinas en
cuyos extremos se enredan dos buganvillas que trepan hacia un techo roto. En
primavera se cayó sobre él un trozo de tronco grueso y la techumbre cedió. Aún
no está arreglada pero la otra noche cuando la miré lucía encanto en su esencia
decrépita, un trozo de cielo se colaba en nuestra cena. Yo miraba a mis amigos
y nadie parecía haber reparado en ese techo troceado de cielo y paja. Ellos
comían, veían, brindaban, reían y hablaban. Era un coro, no obstante, uniforme
y bien sintonizado. Eché la silla atrás para ver la imagen al completo. Caras
nuevas, recién llegadas a mi vida tres años atrás y los rostros de siempre con
los que crecí y aprendí a caminar en tardes azules de mi niñez y adolescencia,
y mi pérgola arrullando una escena veraniega mientras yo asimilaba emociones,
tratando de gatear hacia las palabras para que estas conformaran un lenguaje
que se acercara a la orilla del lector.
No todos los veranos son
iguales aunque guarden similitudes. Este ha llegado cargado de sorpresas y
sobresaltos. Sorpresas inesperadas, un ayer perdido y que vuelve a ti con
realidades tan crudas que dejan a tu sangre helada y aunque tratas de digerir,
cuesta asimilar tanto dolor. Sobresaltos de abuelos en la cumbre de su infinito
y que trastean con un adiós cada vez más cercano. El esposo de una amiga, que
ayer era un roble y que hoy su corazón renquea, el hijo obstinado en montarse
en su caballo de dos ruedas aprovechando que en las carreteras no cabe un coche
más… Todos los veranos vienen jalonados de sorpresas y sobresaltos pero,
también, de azules y lavandas, verdes en sus bordes, turquesas en su fondo y
frambuesas en su horizonte. Me gusta pensar en el verano, sentir el frescor de
sus aguas recorrer mi cuerpo, relajar mi cabeza atolondrada bajo una suave
brisa oliendo a sal o tierra seca, y escuchar la voz de mis amigos, de mi
familia, desgranando el día a día de un verano más.
1 comentario:
La vida es así. Llena de sobresaltos. El marido de tu amiga, que antes era un roble ha tenido uno de ellos. La vida cambia en un instante. Imagino que le habrán cogido a tiempo, habrá estado bien cuidado para que termine de recuperarse del sobresalto y la vida siga como antes. En cualquier momento la vida te puede dar un revés, como a tu amiga. Tengo conocidas viudas y ya la cosa no es lo mismo por lo que cuentan. Ya no tienen quien las lleve de viaje tres o cuatro veces al año, quien las lleve al cine y a cenar. Ya no tienen a quien llevar al lado cuando quedan con familia y amigos en celebraciones familiares y en escapadas con amigos. Ya no son señoras de ..... Eso es muy triste pues aunque hagan muchos años que ya no son matrimonio, en el sentido literal de la palabra, lo que sí son es familia, como hermanos, como amigos. Más que marido y mujer y, aunque digamos que la mayoría de los maridos no valemos para nada, para algo sí valemos, para traer dinero a casa para que nuestras mujeres vivan mejor que bien aunque luego se pasen la vida viendo solo lo malo, negativizando todo y siendo unas crueles cenizas. Así es. Pero bueno, así es la vida, solo se acuerdan de santa Bárbara cuando truena. Mientras te tienen vivito, que no coleando porque no te dejan, jaja, están bien y eso por lo visto es lo que cuenta. En referencia al caballo de dos patas, eso ya es otro cantar, no creo que tenma solución. Los hijos son así, no tienen en cuenta lo que sufrimos los padres. Abrazos amiga y sigue escribiendo tan bien, te lo agradezco.
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