Azul es un color. Zarco, índigo, cobalto y añil. Todos los días
son distintos y suceden cosas como encontrarte cara a cara con Azul. Color que
transforma los ríos internos adormecidos en aguas vivas con música de oleaje.
De silueta afinada, cambiante como el aire que respira y que, con su sola
presencia, te despierta al mundo de las sensaciones haciéndote olvidar la trashumancia
peregrina, convirtiéndote en un estático voyeur de ese azul. Tozudez ambarina en la que tus ojos se diluyen,
dibujan y perpetúan el color azul. A veces místico, otras nostálgico, otrora
vital, susurrándote que solo hay una vida y pasa rápido. Así le miro,
agarrándole por sus alas blancas porque quizá, seguro, solo sea este instante
en que te fundas en azul, esmeralda o azulete. Perenne, balanceándose en tus
manos, convirtiendo tu cuerpo en turquesa, y tu entorno en blanco espumoso. Mientras,
el salitre alerta a tus pulmones y los tímpanos se diluyen en oleaje. Sí, te he
hablado de la mar. De la mar sureña, de la mar salada y alegre que crece cada
día en el sur de mi vida.
El cielo es otra cosa, aunque en el sur el mar y el cielo a
veces se confundan, se casen, o la línea eterna del horizonte les separe. El
cielo de la tarde es distinto al de la mañana. Éste es un adolescente burlón y
picajoso, mientras que el de la tarde se deja mirar, pasear entre sus nubes,
caminar por sus infinitos hasta que se desploma el día en melocotones maduros.
Entonces se vuelve dulce, como un soplo de aire al borde del mar. El cielo en
tardes de verano languidece en mis pupilas llenando de un azul tenue cada letra
que te escribo en la distancia de nuestras vidas.
Camino avanzando por mi playa interminable, mirando sus aguas,
grabando en mis ojos esos inagotables azules de cielo y mar, mientras mi ánimo
se va deshaciendo de aciagas telarañas. De pronto detengo mi paso, y nos
miramos de frente. Retengo su cuerpo sobre mi mirada glotona, y mis pupilas se
emborrachan de arena, sal y agua, mientras el son me murmura y el sol me
acaricia. Reanudo el paso sobre espejos de arena y agua, dibujando sombras de
lo que soy. Atrás quedan mis huellas que la mar borra, pues el ayer pasó y el
mañana ha de llegar…, o tal vez no. ¡Qué más da!, si ya soy nube, agua, arena,
azul y salitre, porque eso es lo que el sur hizo de mí.
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