martes, agosto 12, 2014

VERANOS DE CASTILLA

Anoche hubo luna llena. Apareció sin hacer ruido, trepando entre los chopos, dejándose intuir entre las ramas, tan redonda, tan grande, tan amarilla como la yema de un huevo, antes de colgarse de un cielo oscuro cuajado de farolillos. Y, cuando retomó su color natural de blanca paloma, reina y solitaria, comenzaron a cantar los grillos de esas noches castellanas que rezuman aroma a campo recién cortado. La brisa, tímida y suave, roza tu alma sin un quejido para que balancees la esencia de esta tierra que, de sobria, transpira señorío en su propia humidad. Incluso, ese airecillo fresco de chaqueta fina, te acerca el sonido de la verbena  del pueblo de al lado. Orquestas que van y vienen de un pueblo a otro en estos veranos de castilla, trayéndote los éxitos del verano, los sonidos más pachangueros, tronados por la cantante de turno, de caderas sinuosas, embutidas en un vestido dos tallas menos.
Y, mientras el grillo sigue con su cántico tradicional, posado en ese campo lleno de pacas con trocitos de girasoles buscando el sol, encontrando la luna, las callejuelas de los pueblos castellanos se llenan de gentío, los que viven de siempre, de los que vienen a olisquear sus raíces, de forasteros y veraneantes, todos juntos tras las comparsas que agitan a la gente para que salte y cante entretanto llega a una peña a encontrarse con los suyos y beber limonada. Esa limonada de tinto, fruta y canela, tan típica de estas tierras. Harán tiempo para que las talanqueras se sellen, y suelten las vaquillas que recorrerán las calles ensortijadas de arriba abajo, de abajo arriba, una y mil veces, parándose de vez en cuando, y generando chillidos de miedo, valentía para unos pocos que osan ponerse delante de las astas torcidas de un torito mareado, deleite para todos los paisanos. Los viejos del lugar reposan tranquilamente en las puertas de sus casas, en sus sillas de enea, tan viejas como ellos mismos. Otros, sin embargo, disfrutan del momento en sus jardines de verano, delante de una cerveza fresca, o elevando su paladar con un buen tinto de la tierra mientras la charla pausada corre por su verano castellano.

Anoche hubo luna llena, tan hermosa, y azafranada, que llamé a un amigo para decirle que robara a esa luna dorada la esencia de un instante. Miguel hizo lo que pudo, y aquí os la traigo mientras os relato ese verano castellano, que de mar no tiene nada, pero cuyos matices son tan bellos como esas costas que rodean a nuestra España.

1 comentario:

Nómada planetario dijo...

La belleza abarca todo aquello se alcanza a vivir con intensidad. narrado como tú lo hacer. El mundo no se limita a sol y playa.
Besos mientras quema el terral.