viernes, agosto 29, 2014

¡GUAUU!

Ayer paseé por Valladolid, ciudad sin retorno. Deambulé por ella con los ojos del corazón; a tus raíces no las puedes observar de otra manera para, así, sentir cómo late, quién es.
Cada vez más ciudad, aunque lejana aún al cosmopolitismo de otras ciudades debido a su cepa provinciana. Lo que para unos es motivo de ofensa este término de provincianismo, para mí es un lujo a tener en cuenta. Para los detractores de esta circunscripción, sugiere mentalidad y costumbres poco avanzadas y, sinceramente, creo que no es así. En el mundo global en el que vivimos, donde grandes ciudades tienen recursos suficientes, alternativas fantásticas, las condiciones de vida son un perpetuo anonimato carente de relación humana que, muchas personas, es precisamente lo que buscan: pasar desapercibidos, como si no existieran. En cambio, en una capital de provincias aún puedes tocar, saborear, sus coordenadas identificativas de ciudad manejable, de gentes que caminan despacio sabiendo que llegarán a alguna parte o rincón donde algo les espera. Donde pasear es un rito, como ritual pararse a conversar con un conocido, porque en este tipo de orbes no existe la aséptica comunicación.
En estas ciudades no se puede vivir a espaldas de la sociedad porque eres parte integrante de ellas y, aunque muchas veces sientas en tu nuca los ojos clavados del chismoso de turno, tienen un encanto nada despreciable: tú tienes nombre y apellido, importantísimo para el ser humano, te guste o no.
Ayer paseé por Valladolid sintiendo en el alma muchas ausencias porque el tiempo no perdona y corre a galope, y por tus campiñas costumbristas, en los que enrolaste tu vida, van faltando figuras entrañables y queridas..., y te entra nostalgia de un ayer que no se recupera a no ser en tu memoria, donde los paisajes están anclados en el tiempo y sin ánimo de reconversión.
Ayer deambulé por mi ciudad bebiendo los vientos por ella, saboreando a sus gentes que reposaban tranquilas en su Plaza Mayor. Me perdí por sus callejuelas sintiendo cómo sus gentes imprimen carácter a sus reductos vitales… Se hizo la noche, y la penumbra resalto bellezas ocultas de edificios emblemáticos, de casas que antes no habías mirado y me asombré de su belleza sencilla , sin pretensiones, sólo para ser habitada, vivida con nombre propio, mientras el gorgoteo de voces se iba amainando hasta que el silencio, sólo roto por las campanadas del reloj del ayuntamiento, fue el protagonista indiscutible de una ciudad tranquila, reposada, mirando al futuro pero sin prisas, dejándose llevar por la parsimonia de cada día.

Ayer presentí a Valladolid más bonito que nunca, lo miré con esos ojos que no se paran en amores inútiles y lo que desean es compartir con otros ese hechizo... Porque la vida sin compartir, no es vida, y al final de tu jornada lo importante es que puedas decir al que te acompaña en esas marchas sin rumbo ¡Guau!, qué bien se vive en mi ciudad.

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