sábado, octubre 11, 2008

DESHOJAR LA MARGARITA

Deshojar la margarita… Si, no, si, no, si, no…
Un día te despiertas y has decidido tu vida o una parte de ella. Un simple monosílabo se ha encargado de ti.
Si has dicho NO, significará desacuerdo, ruptura.
Si has dicho SÍ, has de saber lo que implica tan severa afirmación. Un sí te abre a la conjunción entre almas, a caminar en una misma dirección. Un acuerdo tácito que no siempre satisface a ambas partes.
Porque, ¿cuántas veces queremos decir NO y oyes tu voz afirmando lo que no deseas decir?
Y, ¿cuántas veces has asentido deseando negarte?
Es más fácil decir SÍ. Decir sí a veces es de cobardes, para evitar una confrontación te escondes como un caracol y dejas correr el destino.
Te pesan las cadenas y ves como tu libertad vuela, vuela lejos…
Para saber decir NO hay que estar preparado, conocer qué quieres, medir sus consecuencias y ser valiente, mucho… Aunque muchas veces no tenemos otra salida y escuchamos el monosílabo inevitable que baja por nuestras gargantas hasta ahogarnos.
Sin embargo… Cómo me gustaría decir tantas veces NO…

4 comentarios:

CHISPITA dijo...

Me identifico totalmente con tus palabras, amiga. Qué razón tienes! Decía Groucho Marx que lo bueno de cumplir 40 años es que uno aprende a decir que NO sin sentirse culpable. Pues quizá mi DNI me engañe pero yo ya los he cumplido y me sigue costando pronunciar el dichoso monosílabo.
Bonita foto. Gracias. Un beso.

Carlota dijo...

Aprender a decir no, es un largo aprendizaje... poco a poco. Un beso.

Buenos dias con Poesía dijo...

Conocí a muchas personas en Brasil pero nunca oí un no rotundo. Creo que a pesar de todo los españoles somos más sinceros que la mayoría de los países, y por eso dicen que nuestra lengua es la mejor para hablar con Dios...

Por cierto, he dicho sí a tu recomendación literaria y ya me he comprado el libro de Un arbol crece en Brooklin. Creo que lo va a empezar primero Mariola, mi mujer, pero tiene muy buena pinta.

Anónimo dijo...

Querida Mª Ángeles:

Entre el lunes próximo y yo, crece un cañaveral de segundos. Desde el viernes al domingo por la noche, me escapo (como sabes) zigzagueando por donde no me encuentre el otro Pepe: cines, mostradores, periódicos, libros, el blog...

Lo malo es que, dentro de estos otros maizales, tampoco sé quien es el yo ni de lejos. Sólo sé que ya ni recuerdo cuando se me ponían los ojos brillantes. No te engaño si te digo que cada vez siento menos y recuerdo más. Que parece que la hoja de papel de mi vida se plegó en cuatro. Que la voz (si la hay) llega de tan lejos, que es un sueño perdido en un celuloide entre dos páginas.

Por eso cierro los ojos, y los abro cuando la sala recobra los siseos y todos han agotado las palomitas. ¿Qué es cierto en todo esto?, me pregunto. La desolación al ver las butacas vacías requeriría un capítulo entero.

Bastaría con adelantarse un poco, atravesar la espesura, salir a otra cosa: algunos (no sé cómo) encuentran la puerta... Pero, qué decirte: todo se aleja en esta oscuridad otoñal, mientras busco el mando del garaje para que se levante el cierre de mi vida.

Dejar las cosas así es una tentación insuperable. Curiosa fosforescencia de luciérnaga. En todo caso, para estar observando habría que estar fuera y entenderlo. Pero ahí no hay nadie. En todo caso hay dos homo sapiens igualmente ignorados. Entes absolutamente incomunicados que se empeñan en escalar solos el cielo raso.

Cuando pienso en todo esto, me pongo tan humilde que acabo detrás de esta pantalla. No me hagas caso: el tobogán es mío.
Guan beso.
Pepe