Siempre
me fascinó el desván de mi madre. Una estancia pegada al tejado y rayando un
cielo de cristal. Era una buhardilla de desechos, de enigmas sin resolver.
Allí
subía con sigilo, nerviosa introducía una tosca llave pero costaba abrir la
puerta, baja y de madera mala, dilatada por tantas humedades. Cuando lograba
abrirla, lo primero que veía era un ventanuco colgado del techo, de él se
colaba un haz de luz gris y polvoriento,
confiriendo a la estancia un halo mágico y misterioso; mi imaginación infantil
entonces se desbocaba, desplegaba las alas y me convertía en una niña muy feliz.
En el
momento que mis ojos se acoplaban a aquella luz clandestina, sentía que mi
cuerpo flotaba igual que las virutas de polvo en suspensión y mis manos en
aquel entonces, diminutas y regordetas, acariciaban un mueble que estaba a la
derecha; me sonreía, lo sé. En el medio tenía una enorme puerta que, al abrirla, descubrías a
una niña de ojos asombrados por las cuatros paredes tapizadas de cristal.
Después,
con movimientos confusos, me acercaba a las maletas que morían plácidamente apiladas
en un rincón; eran cuatro, de cartón a rayas marrones y beis. Desempolvarlas
era mi delirio pues yo imaginaba los secretos más inconfesables… Fotos, cartas,
mis primeras cartillas, mis letras tartamudas…
Pero
un día mi madre deshizo el hechizo de maletas, polvo, lámparas oxidadas y mi
bellísimo mueble bar. Subí a hurtadillas, como siempre, y el vacio fue el único
que me recibió, recuerdo que unas lágrimas de azúcar besaron el suelo desierto… Me sentí huérfana¿Qué iba a soñar si mi madre había quemado mi fantasía infantil? Qué tristeza
la mía sentir mi imaginación despoblada.
Pero
me equivoqué pues el tiempo me demostró que al lado de la pila de años que había
acumulado sobre mi persona, una mañana de invierno al despertarme vi a mi
memoria sonriéndome y regalándome mis sueños del pasado.
Los
cogí amorosa, como si tuviera entre mis dedos la mayor fortuna y los fui a
colocar en un lugar de honor: el mueble bar de de espejos infinitos y las
maletas de cartón piedra con tesoros indefinidos, revolotean en mi novela “Mujeres
descosidas”
Desde
ese momento, siento que la niña que
dormía dentro de mí está despierta, camina a mi vera y vuela libre como aquel entonces.
4 comentarios:
Es importante guardar los recuerdos, que nos impulsan a seguir adelante...Nuestra niña interior seguirá viva.
Muy bueno, amiga.
Mi abrazo y feliz domingo.
Los recuerdos son un tesoro y si encontramos el equilibrio para no quedarnos anclados en ellos son lo mejor.
Besos.
En mi cassa había una habitación en la que se guardan los recuerdos, que siempre tenemos con nosotros y debemos cuidar para que no se vayan de nuestra mente y nuestro corazón.
Gracias por tu visita y cariñoso comentario.
Besos, feliz semana.
Siempre han ejercido sobre mi un poder de seducción esos desvanes que guardan historias y secretos a través de los objetos que los pueblan. Mi tía, Paulina en el pueblo tenía un desván que hacía las delicias de mi imaginación infantil. También me escapaba a hurtadillas con el deseo de desentrañar los misterios que allí se escondían. No hace mucho, después de muchos años pude subir al desván intentando rescatar un poquito de mi propia historia.
Tu prosa es pura poesía capaz de captar la belleza y la esencia de las cosas como nadie. Y respecto a tu libro "Mujeres Descosidas" como lo tengo en mi poder, he podido percibir lo que cuentas.
Miles de besos.
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