Carmen mira sus zapatos, ¡por fin!, no se lo cree aún, pero
su hermano José lo hizo posible. Todos los días desde casi un año pasaba por
aquel escaparate, se paraba, los manoseaba con la mirada hasta que un día entró
con el rubor que le caracteriza y se los probó. Incluso se los enseñó a su
madre, pero ella los tachó de caros, feos y que el dinero estaba para otras
cosas. Y era verdad, su madre limpiando casas, su hermano de camarero cuyo
sueldo casi se basaba en las propinas y estas habían descendido
considerablemente, y Carmen, se pagaba sus estudios con un par de clases
semanales a dos niños del barrio, casi tan pobres como ellos, más las becas que
se iba ganando a pulso. Total, los zapatos seguían en la tienda y en los sueños
de Carmen.
Pero esta mañana, desayunando los tres cuando el alba se
cuela por la ventana de la cocina, un paquete con gran lazo la esperaba. Lloró,
rió, se abrazó a su hermano, a su madre y no supo qué decir.
-Carmen, hoy cumples dieciocho años y tengo yo también un
regala para ti-dijo su madre muy ceremoniosa- Vete al tercer cajón de mi cómoda
y ábrelo- Carmen con sus soñados zapatos en la mano voló, su madre y hermano
fueron detrás de ella.
Carmen se agachó y abrió nerviosa el cajón. No veía nada si
no un papel de seda extendido. Se quedó parada, no entendía. Su madre al darse
cuenta se agachó y le explicó
-Nuestra familia no fue siempre pobre, ¿sabes? Cuando se
cumplían dieciocho años se regalaba una mantilla y su peina.
-¿Para qué?-Carmen no entendía nada.
-Pues para ponérsela en actos importantes religiosos como el
jueves Santo. En la época medieval significaba la virginidad de la muchacha.
-Mamá, tú sabes que…-el pudor de Carmen le impidió terminar
la frase.
-Tranquila, hija… En s. XVII comienzan a utilizarse las
mantillas como las conocemos hoy, y su
mayor auge fue con Isabel II, era muy aficionada a
los encajes que se hacían en Cataluña tanto negros como blancos.
En la segunda mitad del s. XIX adquirió su máximo esplendor cuando durante
la regencia de Amadeo de Saboya las damas de la corte y la aristocracia las
utilizaron para desafiar a ese rey italiano cambiando los sombreros por la
mantilla para ir de paseo. Aquella revolución femenina se llamó la conspiración de las mantillas.
-Ya, cuánto sabes de este aparato-Carme lo decía sin atisbo
de emoción.
-Y esta es la peina para sujetarla. Es de carey y muy
delicada su conservación. No me explicó cómo ha llegado intacta. Las dos cosas
son de valor incalculable, Carmen.
-Pues vendámoslas-contestó Carmen impetuosa.
-No, hija, si lo podemos evitar. ¿Sabes? Perteneció a tu
bisabuela, luego pasó a la abuela Carmen, después a mí y, a partir de hoy a ti.
-¿Y qué hago yo con esto, mamá?
-Es tuyo. Yo nunca me la puse, me parecía una ostentación en
los tiempos que viví y vivo y me conformé con mirar este pequeño tesoro que
heredé.
-¡Ah!-Carmen captó el sentimiento de su madre. Después miró
sus zapatos…-Mamá, ¿esto se lleva con vestido negro, verdad?
-Sí, pero por debajo de la rodilla, cuanto más simple y
discreto sea mejor. El único detalle que permite son unos pendientes largos
porque son los que mejor quedan con la mantilla, Se les suele llamar pendientes
de la Virgen porque son del estilo de las Vírgenes de Gloria-Carmen hablaba con
devoción tal como lo hizo su madre con ella trasladándola una tradición para
que no se perdiera.
-Mamá, José, ¿me haréis el honor de acompañarme el Jueves
Santo a recorrer las siete iglesias como le gusta a mamá hacer todos los años?
Me vestiré por mi bisabuela, por la abuela y por mamá…
Carmen era tan feliz con sus zapatos nuevos que fue incapaz de que su madre no lo fuera.
2 comentarios:
Qué bonito, que hija tan buena que quiere hacer extensiva su felicidad. Un beso y me ha gustado mucho,lo he leído del tirón.
Hay veces que hacer felices a los demás cuesta muy poco, tan sólo ser capaces de ponernos en su piel.
Besos
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