lunes, agosto 07, 2017

VERANO

No todos los veranos son iguales, aunque todos guarden similitudes. Unos están salpimentados de mar, otros de tierra adentro. Cuando añoro la mar, cierro los ojos y buceo en su espuma, en sus azules y escucho el rumor del viento, el oleaje al llegar a su orilla y el canto de mi gaviota clamando libertad. Pero cuando levanto los párpados, mis pupilas descubren que navego por el mar castellano de inmensas llanuras y atardeceres con aroma a paja y la musicalidad de la chicharra. Mis pies no se hunden en la arena sino en un césped mullido y recién regado. Noto en mis plantas el tibio roce del agua y la tierra. Levanto mi cabeza y descubro nubes que se esponjan como hogazas y si miro más allá, el horizonte se ensancha de una dulce frambuesa.
En mi jardín hay una pérgola para tardes perezosas y noches de verano donde la algarabía se concentra mezclando voces y conversaciones, risas y susurros, y en cuya penumbra vas descubriendo la magia de la amistad, las miradas cómplices o furtivas, y lo que dices con tus silencios.
Una pérgola para roces lisos y sin esquinas en cuyos extremos se enredan dos buganvillas que trepan hacia un techo roto. En primavera se cayó sobre él un trozo de tronco grueso y la techumbre cedió. La otra noche cuando la miré, lucía encanto en su esencia decrépita, un trozo de cielo se colaba en nuestra cena. Yo miraba a mis amigos y nadie parecía haber reparado en ese techo troceado de cielo y paja. Ellos comían, veían, brindaban, reían y hablaban. Era un coro, no obstante, uniforme y bien sintonizado. Eché la silla atrás para ver la imagen al completo. Caras nuevas, recién llegadas a mi vida tres años atrás y los rostros de siempre con los que crecí y aprendí a caminar en tardes azules de mi niñez y adolescencia, y mi pérgola arrullando una escena veraniega mientras yo asimilaba emociones, tratando de gatear hacia las palabras para que estas conformaran un lenguaje que se acercara a la orilla de un lector.

No todos los veranos son iguales, aunque guarden similitudes. Este ha llegado cargado de sorpresas y sobresaltos. Sorpresas inesperadas, un ayer perdido y que vuelve a ti con realidades tan crudas que dejan a tu sangre helada y aunque tratas de digerir, cuesta asimilar tanto dolor. Sobresaltos de abuelos en la cumbre de su infinito y que trastean con un adiós cada vez más cercano. El esposo de una amiga, que ayer era un roble y que hoy su corazón renquea, el hijo obstinado en montarse en su caballo de dos ruedas aprovechando que en las carreteras no cabe un coche más…

Todos los veranos vienen jalonados de sorpresas y sobresaltos, pero, también, de azules y lavandas, verdes en sus bordes, turquesas en su fondo y frambuesas en su horizonte. Me gusta pensar en el verano, sentir el frescor de sus aguas recorrer mi cuerpo, relajar mi cabeza atolondrada bajo una suave brisa oliendo a sal o tierra seca, y escuchar la voz de mis amigos, de mi familia, desgranando el día a día de un verano más en mi vida.

4 comentarios:

Marigem dijo...

Me encanta tu texto. El mío también está plagado de subidas y bajadas, con momentos únicos y con sustos. A mis hijos les suplico que no se compren caballos de dos ruedas, de momento están estudiando y con lo que sacan de sus grupos musicales no les da para uno de esos pero me asusta el futuro.
Besos.

Pedro Luso de Carvalho dijo...

Mª Ángeles!
Aqui tenho encontrado bela crônicas de tua lavra, desta vez, "Verano", que tem belos trechos como este, que transcrevo:

"En mi jardín hay una pérgola para tardes perezosas y noches de verano donde la algarabía se concentra mezclando voces y conversaciones, risas y susurros, y en cuya penumbra vas descubriendo la magia de la amistad, las miradas cómplices o furtivas, y lo que dices con tus silencios."

Ótima semana.
Um beijo. Pedro

Macondo dijo...

Nos pasamos el verano quejándonos de los calores, para pasar el resto del año suspirando por el verano. Bendito verano. En nuestra Andalucía, en tu Castilla o en mi Aragón.

Laura. M dijo...

Me gusta el verano y su luz y sus días largos con esas reuniones que da pereza terminar... y disfrutar también más de esos caballos de dos ruedas que por suerte sin sorpresas llevamos disfrutando 49 años.
Besos.