Me desperté sin saber dónde estaba. Una luz menuda
se colaba por las cortinas. Los párpados pesaban tanto que, aún esforzándome en
elevar sus persianas, se desplomaban como si no quisieran enganchar al día.
Me quedé arrebujada en la posición fetal que un
día aprendí antes de nacer varios minutos, entretanto se iban despejando los
últimos vahos del sueño que me envolvían dulcemente en una leve dormidera del
color de la ceniza desteñida.
Al cabo del rato, creí escuchar algo fuera de la
ventana, aunque mi pereza evitaba que moviera un solo músculo, sin embargo el
sonido se repitió y, sin querer queriendo, más pudo la curiosidad de saber qué
era aquel sonido tan pinturero. Me escapé de la cama de un salto y, de otro,
coloqué las manos en el manillar del balcón. Los dos cuarterones se abrieron
con una fuerza inusitada. Tal vez era la vida que clamaba ser vivida, o ese
airecillo jocoso que despertaba el día. De un salto me volví a arrebujar entre
las sábanas, apenas dejaba visibles la nariz y dos ojos desorbitados por la
cálida luz de un melocotón en flor.
Me relajé en el calor de mi cuerpo, me estiré por
los rincones frescos de aquellas sábanas de hilo viejo, y un placer de rocío
iba entrando en mi ánimo.
¿Dónde estaré? Me pregunté al tiempo que un coro
de pájaros revoloteaban en mi balcón, y sobre la rama pelada de un árbol a la
que alcanzaba mi mirada mientras mis ojos tiernos se balanceaban en ella.
La luz iba cambiando su mensaje a la par que se
desnudaba y dejaba su piel como si fuera añil. Sí, el cielo sin borrascas, el
cielo sin grises, solo y eternamente azul. Y yo seguía mi contemplación añadida
al sabor del placer, de esa pereza que nace con la aurora. Deleite y regocijo
pululaban entre mi cuerpo y los sentidos, y en las esquinas del calor recordé al
amor, ese que pace sosegado y pegado a la epidermis del gozo y que llegando sin
ser llamado le asistes con el corazón.
En estos desdibujados pensamientos estaba cuando,
de pronto, el trino y el cuco se mezclaron con las campanadas al ángelus. Su
sonido dio mil vueltas fuera del mirador. Auné sonido y luz y comprendí que
llamaban a la aurora, a comenzar el trabajo, a abrir la vida y caminar por sus
angostos o llanos rincones. Fue mi cabeza que hizo toc-toc susurrándome “Estás
en Silos”
Me desperecé, sonreí y dando un salto me enganché
a mi vida un día más.
4 comentarios:
"abrir la vida y caminar por sus angostos o llanos rincones". No se puede expresar mejor.
Besos
El enhiesto surtidor de sombra y sueño te espera en su soledad, acongojando al cielo con su lanza.
Qué bonito lo has pintado, María Ángeles.
En tu escrito unes la luz, el trino y el placer de las sábanas de forma magistral, amiga...Hasta llegar a tocar la campana espiritual del monasterio de Silos...Una preciosidad.
Mi felicitación y mi abrazo.
Feliz puente, M.Angeles.
Que la Aurora y tu os lo paseis muy bien viendo arte
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