Hoy leyendo las letras que no veía por eso de leer para no pensar
porque mi cabeza en vez de ser cabeza era un botijo repleto de migrañas,
recordé aquel muchacho de pelo del color de los trigales en tardes revoltosas
de verano. Ojos de mar con briznas acarameladas y mirada pícara. Era un
buen chico y yo bebía los vientos por él. Era de esas personas que, al
tratarlas, sabías que a su lado todo iría bien, la maldad no estaba ligada a su
alma, y la juventud junto a él podría ser eterna. No reía abiertamente. Recuerdo
que la sonrisa quedaba colgada a un lado de su boca, pero a pesar de ser como
una media luna, era franca con leves tintes de timidez con lo que aún la hacía
más irresistible.
Recuerdo una tarde de verano, al cielo le habían echado un bote
entero de pintura azul tan intenso como vital. El viento zarandeaba nuestros
cuerpos y nosotros tratábamos de guardar un equilibrio en la punta de una roca
mientras abajo el mar se batía contra sí mismo. Estábamos fascinados por su bravura,
el oleaje estrellándose y volviéndose a reinventar en espuma. Presentí, pese a
mi juventud, que aquel momento era especial y no se volvería a repetir ni
aquella sensación que navegaba dentro de mí ni aquel instante de azul, entonces
levanté el rostro y miré con todas mis fuerzas al muchacho, me metí en sus ojos
para coserlos a mi memoria.
Y aquella época se esfumó, se diluyó en el tiempo, los años giraron nuestros caminos y, cuando le volví a encontrar, el trigal de su cabello eran cenizas rubias. Su mirada, opaca y esquiva. Su sonrisa, una cínica media luna tan oscura como la noche; aun así me quedé prendada, pero esta vez de la decepción. Ya no era aquel muchacho, la vida le había cosido al bies las aristas de su rostro y su porte estaba preñado de desencanto.
De nada servía escarbar, el ayer se había llevado todo el
hechizo; entonces he cerrado la memoria del recuerdo y he seguido leyendo
sin leer.
6 comentarios:
Solo el amor incondicional permite superponer con éxito imágenes tan distintas. Si no lo hay, se impone la realidad.
La mayoría de las veces es mejor no volverse a encontrar con las personas o incluso con los lugares que guardamos como preciosos tesoros en nuestro recuerdo. Nada es igual con el paso del tiempo, y antes que la decepción de lo que nos encontramos en el presente es preferible que se queden empolvados y quietos en nuestra memoria.
Besos
El tiempo nos zarandea y nos deja su huella...Lo importante es que, la capacidad de asombro y la curiosidad permanezcan intactas para seguir descubriendo el milagro de cada día...
Mi abrazo y mi cariño.
Belíssimo texto, sempre sensível e escrito com maestria. Gostei muito. Parabéns.
Abraços.
Pedro
Precioso!! Es maravilloso quedarse inmerso en los recuerdos, ellos no devuelven una y otra vez la intensidad intacta de los maravillosos momentos que nos tocó vivir. Saludos!!
Los buenos recuerdos que tan bien guardamos, a veces nos juegan malas pasadas, y es mejor dejar que se vayan diluyendo, aunque cueste.
Besos.
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