Soy
animal de costumbres, más, por las mañanas. El café despeja las nieblas más
hondas, sin embargo los velos suaves e insinuantes del sueño tardan en
evaporarse. Tal vez, de ahí, que necesite de una rutina para no extraviarme.
Bajo
una cuestecilla todos los días a la misma hora. Me sé los socavones, los pasos
de cebra, el sol menudo al doblar la esquina. Continúo y, al cruzar la calle,
me espera ese suave aroma dulce, entrecortado, leve, profundo. Es la pastelería
con la trampilla a medio subir que nos deleita desde el obrador a los
durmientes que vamos camino del trabajo.
Sistemáticamente
en el momento que me alcanza el tufillo cierro los ojos; me agrada empaparme de
esa dulzura de crema, masa y azúcar.
Hoy,
al abrir de nuevo los ojos, me he topado con un hombre parado justo en la
puerta que realizaba miméticamente el mismo gesto que yo, aunque entre ambos
había todo un mundo. Yo olía a jabón y me sobraban kilos en mi cuerpo. Él,
hacinado en una cáscara gruesa de suciedad y un aspecto famélico.
Era
una instantánea regia, digna y titubeante de cualquier ser humano. La limpieza
y la mugre, la gula y la necesidad…, cuatro palabras que nos alejaban y, sin
embargo, los dos, la riqueza y la pobreza unidas por un pequeño placer.
4 comentarios:
Al fin y al cabo todos estamos cortados por parecidos patrones, aunque los caminos recorramos sean bien distintos.
La vida nos habla cada día desde el placer y desde la desdicha...Y ahí estamos frente a ese puzle del que cada uno formamos parte.
Mi abrazo y feliz semana.
Gosto muito dos teus inteligentes e sensíveis textos, como este A veces todos somos iguales. Parabéns.
Tenhas uma bela semana.
Um beijo, Mª Ángeles.
Pedro
He olido el aroma, ummmm.
Un mundo de contrastes.
Besos.
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