Desde pequeña sentí que había nacido para ser
artista. Lo de menos era la rama pues cualquiera me valía. La danza, piano,
cante o actriz…, todas me atrapaban, me hacían sentirme sublime solo con
pensarlas. Era ver un escenario, una tarima, y me subía aunque fuera a gatas.
Allí arriba saludaba a mis hipotéticos
admiradores con gracia y desparpajo y a continuación sacaba a relucir mi
virtuosismo. Todo en imaginación, claro, porque la danza que en aquel entonces
era o clásica o cursi, no me admitían por mi torpeza. Lo del piano era la
emoción oculta de mi madre, pero mis dedos se quedaban tiesos o agarrotados así
que no avancé tampoco por ese camino. El musical, ni os cuento, y eso que tengo
mis estudios de solfeo pero mi garganta siempre fue por libre o la debí tener
profunda, así que tampoco. Sin embargo actriz, sí que hubiera dado la talla si
no fuera porque soy capaz de inventarme lo que sea menester, pero no memorizar,
descartado también.
Así estuve soñando las dotes artísticas hasta los
trece años que conocí a mi alma gemela, Mari Pili. Hacíamos un tándem perfecto.
Ella ideaba, yo ejecutaba. En esta etapa abandoné mi afán por los escenarios y
me concentré junto a Mari Pili en los negocios. Belleza, seguros, timos, una
variedad. A resultas todo fueron fiascos, los negocios no eran lo nuestro, pero
aprendimos la mejor lección de vida: reírnos. Lástima que no se nos ocurriera
enrolarnos en el circo, ahí hubiéramos hecho papeles estelares. En fin, nos
quedamos con la risa.
A los dieciocho cambié de registro y traté de
aprender ajedrez que tampoco aprendí pero ligué mogollón. A los chicos de mi
época les gustaba una muchachita como yo con aires seudo intelectuales. Incluso
Mari Pili y yo decidimos ir al cine de arte y ensayo ¡Qué rollo!, nuestras
cabezas estaban creadas para otra cosa así que abandonamos.
Y ya me centré definitivamente en ser periodista
cuando un día en clase de latín, don Leoncio, el cura, me dejó escribir mi
primer artículo para el Norte de Castilla ¡Qué sensación de poderío!, la pluma
iba por la izquierda, las palabras por la derecha…, bárbaro. Soñaba estar con
Pérez Reverte en alguna guerra lejana y yo con micrófono en mano sacando la
lengua a pasear, pero tampoco fui periodista. No había periodismo en Valladolid
y mis padres llegaron a la conclusión que había muchas otras carreras en
Valladolid para que su hija se ilustrara. Total, estudié Filosofía y Letras y
me convertí en una chica del montón sin destacamento en nada especial.
¿Me siento frustrada? A veces un poquillo sobre
todo cuando la memoria, sin llamarla, se me agolpa sin venir a cuento y me recuerda
lo grande que pude llegar a ser y lo chiquitina que fui realmente.
Anoche oí hablar, no sé dónde, se me ha olvidado,
de los hemisferios. No de los terrícolas sino los humanos. Nuestros sesos se dividen
en dos cachos: la derecha y la izquierda. La derecha es la emocional y la
izquierda la racional. Llegué a la conclusión de mis anomalías, es decir, un
trozo no me funcionó en su momento y por eso no pude ser artista. Claro que
pensándolo bien, me sigue sin funcionar un cacho. No sé cuál, pero uno fijo que
me impide ser un ser total encima de un escenario o encima de la mesa de la
cocina; una tarima también me vale. En fin, ser o no ser, esa es la cuestión.
¡Buena semana!
3 comentarios:
A mí creo que no me funcionan ninguno de los dos cachos.
Como te pongas a pensar en los cachos que te faltan vas a acabar deprimida. Yo, si alguna vez lo pienso, siempre es en positivo. Digo ! Que suerte! tengo algún cacho que funciona.
Besos
Que reflecion divina!
Me gusta mucho.
bejos y abrazos mios
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