Hoy ha amanecido
despacio, bostezando los primeros rayos rojizos en muchos días en el que el
cielo se obstinó en abrir los ojos ahumados de gris.
Al rato, bajé al jardín
con mi perro y su trote eran saltos alegres de bienvenida al día, como
queriéndole atrapar. Entre las ramas desnudas, aunque repletas de yemas
delicadas, se colaba un sol tibio; mirarlo no hacía daño, era aún demasiado
benjamín y fue cuando los descubrí… Una aglomeración de pajarillos, inusual en
esta época de fríos tan pegados a la
tierra, se arremolinaba en esos ramales desabrigados, expuestos sus esqueletos
a la intemperie del crudo invierno. Saltaban haciendo verdaderas acrobacias,
extendiendo sus diminutas alas en un vals de silencios compases. No así sus
voces que me regaron los tímpanos de una música celestial.
Cerré mis retinas
para atrapar aquel momento y que éste corriera por mis
sensaciones como una manantial de agua fresca rodando desde la montaña.
Me invadieron dos
emociones que mi letra, aunque acostumbrada a trasladar al lector mis
percepciones así como a entretenerle, se vio empobrecida por encontrarse
limitada a portear aquella paz tan hermosa como la sencilla alegría del
momento.
Volví a casa llena
de primavera a sabiendas de que los fríos se han vestido de lobos que parecen
incapaces de hacer daño a la vida que está por nacer.
1 comentario:
Ya tiene mérito llenarse de primavera con la que está cayendo.
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