miércoles, octubre 26, 2016

TIEMPO DE BUÑUELOS

Me acabo de comer  cuatro buñuelos sin respirar, a escondidas de mi Pepe. Él lleva rigurosamente la contabilidad de los buñuelos que me como, y lo malo es que no tengo escapatoria porque no está Peluche, se fue a una sesión de tangos exprés.
El delito no es mío sino de Pepe que me los compra a pesar de que me va la vida en ello ya que una vez por culpa de los sabrosos buñuelos casi me voy al otro barrio, pero como no me aseguraban que allí hubiera buñuelos, decidí quedarme a seguir comiendo más buñuelos.
¡Qué tiempos aquellos y qué poco he cambiado! Recuerdo que estaba embarazada de mi dulce Peluche. Mi cuerpo se iba hinchando como un globo, todo me alimentaba, hasta el aire que respiraba. Mis pasos eran los de un zombi que apenas se sostenía por el aire consumido y eso me entristecía, mucho. Entonces mi suegro para que levitara un poco mi sonrisa decidió comprarme una bandejita bien cumplida de buñuelos. Mi Pepe me decía “Come cielo, come los que quieras” y me comí la bandeja entera de una sentada. Un total de veintisiete, un ejército de buñuelos en el estómago de una embarazada. A los pocos días me empezó a dar de todo ¡El drama padre estaba servido en versión buñuelesca! Mi dulce Peluche no pudo soportar sobredósis de crema y grasa y me tuvieron que sacar al bebito deprisa y corriendo. Por mi pobre Peluche nadie daba un duro, a ver, era un pollo crudo, le faltaban dos meses y una semana para salir crujiente, doradito con deditos y uñitas… Salió sin nada, por no tener no tenía ni pelo ni peso. Novecientos gramos de Peluche.
Lo metieron en una incubadora a que le dieran los últimos rayos del mundo y, una mañana, alguien se lo encontró haciendo el primer maratón de su vida. Una pelota de Dodotis se movía en la incubadora, dentro estaba Peluche. Le sacaron del dodotis y le dieron agua a ver si la toleraba y la toleró. Entonces le dieron un micro biberón, y también. Mi suegra decía a todo el que la quisiera escuchar y al que no, también “Milagro, milagro”, mientras Peluche seguía haciendo maratones cada vez más rápidos en la incubadora.
A la semana, me llevaron a ver a Peluche ¡Qué carita de buñuelo tenía más rica!Era la viva reencarnación de Pepe en versión buñuelo crudo.
No cogí asco a los buñuelos, al contrario, seguí comiendo buñuelos con pasión y ahí sigo. A partir de finales de octubre durante unas semanas soy la mujer buñuelo.
Pepe me complace y me compra buñuelos, pero me los da contados. Me voy salvando de momento, pero como abra la nevera y vea que nadie se ha comido aún las mandarinas que compró en el Puente de Vallecas en una oferta existencial que leyó en las páginas del Expansión, no me vuelve a comprar ni un buñuelo.

¡Lástima! No he caído, porque podía haber dado a Peluche las mandarinas y que se las llevara a sus clases intensivas de tango exprés.

4 comentarios:

Macondo dijo...

No queda más remedio que meterle un viaje a esas mandarinas.

Celia dijo...

Madre mía, pobre Peluche, qué barbaridad de buñuelooosss!!! Jajajajaja.
Hay que controlarse un pocooo!!!
Besos.

Ambar dijo...

Imposible controlarse ante unos buñuelos de viento rellenos de crema. ! Que buenos! yo directamente no los compro y tengo prohibido al personal que traigan a casa ni uno solo.
Besos

Maripaz dijo...

Jajaja...quien se resiste a unos buñuelos rellenitos de crema?
Un relato muy divertido. Me has alegrado la noche.
Gracias y besos.