Ella, que a veces la
emoción le corta la voz o el tartamudeo no la deja expresar lo que quisiera, me
pidió que os hablara del otoño en el paraíso…
En aquellas tierras lejanas no hay naranjos
que se apaguen y, sí, lluvia escarchada que pronto será hielo sobre un Neva
recordando a sus zares. Allí hace tiempo que llegó el otoño y sus parques se
pintaron de ocres nostálgicos, bermellones silenciosos y rojos dorando sus
cúpulas.
El cielo en esas
latitudes se desnuda de blancos, grises, negros y hasta de un azul afligido por
el deshielo de un calor tibio que ya se fue. Es más, no volverá en muchos
meses. El agua, los árboles, la tierra, se preparan para invernar en blanco,
blanco nupcial entretanto las tardes caen sombrías sobre la avenida Nesvky.
El camachuelo, el
lugano y el ruiseñor ruso, parpadean sus últimos trinos colgados en las ramas
del Aliso, el Carpe y el Tilo, mientras los canales balancean sus barquitos de
papel. No son góndolas aunque digan que es la Venecia del norte.
Ella, que atisbó entre
los muros del palacio de invierno, las emociones que antes la hacían ser aquella mujer
eternamente alegre, segura y vivaracha, miró por el ventanal que daba a
la plaza Dvortsovaìa sintiendo que el
otoño caía majestuosamente en la ciudad de San Petersburgo… Os lo cuento como
ella me lo dictó en el corazón.
2 comentarios:
Me encantaría visitarla. Es un viaje pendiente.
Besos y feliz domingo.
Yo también me apunto a ese viaje.
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