lunes, junio 06, 2016

JAZZ EN UN LIBRO

Ayer era domingo, el calor aplastaba y, a pesar de eso, me tiré a la calle. Me monté en un autobús climatizado con asiento y ventana para mirar; un lujo al alcance de todos que yo aproveché con suave complacencia. No saqué el móvil, no tenía necesidad de abstraerme, la realidad tangible era lo sufrientemente seductora como para pegar mis ojos dentro y fuera del bus; terrazas de cerveza y charla, abuelos y nietos caminando con parsimonia, mujeres maduras de distintas clases sociales y de idiomas diferentes subidas a un bus, acicaladas para una tarde dominguera. Aquello de ver con ojos calmados, sedientos de paisajes costumbristas, me gustaba en demasía para regodearme en ese placer tan simple de ver sintiendo.
Llegué a mi parada, todo era vida y bullicio a mí alrededor; el calor se pegaba a mi ropa y de ahí a mi piel, pero aún así caminé bajo árboles frondosos, chillidos de niños, acentos comunes y el color de la estación primavera. Poco a poco me iba emergiendo en el tumulto espeso de una feria en que la gente camina con "calma chicha" sin buscar nada en concreto. Me costó pero logré llegar a la vereda de las casetas que venden sueños. Unas abigarradas, otras menos, pero aún podía otear a los escritores de moda, a los de siempre, a los desconocidos. Por megafonía te contaban quienes firmaban a esas horas y su número de caseta. Mentalmente trataba de quedarme con los que me interesaban porque en el fondo sin yo saberlo quería, deseaba ver sus rostros, sus ojos, sus manos, su sonrisa, su comportamiento, saber si eran tan distintos a mí, qué tenían ellos que yo no tuviera. Julia Navarro con la cara lavada sonreía entre tímida y agradecida. Borges, concentrado, Risto Mejido, oculto como siempre tras su gafas, se dejaba hacer fotos, sonreía pacientemente, presentí que tenía muy bien digerida su fama, sin algaradas y con naturalidad. Pilar Eyre maquillada y momificada por esas cosas del querer ser más joven hasta que te borran la juventud de una sonrisa, una lástima. El niño prodigio que escribe y se expresa y en cuyos ojos veo cómo le han robado la niñez…
Paraba, miraba, respiraba y mi sonrisa de complacencia iba en auge. Muchos perros, intelectuales de las buenas maneras, caminaban tranquilamente con sus amos, sin hacer ruido, reprimiendo “la caló”. Gente con bolsas, una o dos, asidas a unas manos satisfechas. Gente con el helado, lenguas gustosas de esa frescura y sabor, y un violinista regalando jazz. Aquí cerré los ojos, abrí Sevilla...Gymnopédies, por cualquier hoja, y guardé su sonido tan vital, armónico y locuaz. Seguí caminando hasta llegar a mi destino, caseta 196. Allí estaban firmando compañeros de letras, desconocidos para mí pero con algo en común: esa luz que se escapa de nuestro gesto sin que apenas nos demos cuenta, ese orgullo de haber sido capaces de casar rimas y letras. Esa luz de esperanza de que alguien se incline sobre ti, te observe y decida llevarte a compartir sus horas… Les miraba con ganas, para sentir lo que yo, los dos días que he estado allí no he podido saborear por esos miedos, timidez a lo desconocido que nos asola a los novatos. Ayer sí, me colgué de sus rostros, me cosí a sus sonrisas, me bebí sus ilusiones con un par de cubatas y me volví a casa despacio, sin prisa, saboreando el último jazz que encontré en la feria. Un maravilloso quinteto interpretando “Sing Sing”. Volví a abrir Sevilla…Gymnopédies, por cualquier página, y guardé ese ritmo entre ellas. Realmente había sido una tarde deliciosa en la que dejé en una esquina perdida un calor anticipado y me llevé tantas ilusiones por hacer.

2 comentarios:

Lola Barea dijo...

Mis felicitaciones M Ángeles por tu libro. Mereció la pena el viaje hacia la feria del libro.

Saludos.

Lola.

Ambar dijo...

Mis felicitaciones. Se te ve feliz.
Besos