viernes, marzo 25, 2016

AQUEL HOMBRE DE NEGRO

La noche no oscurece aunque el cielo se tiña de negro, para eso está la mano del hombre que no siempre destruye y crea luz propia donde no la hay.
Soportales y plaza castellana, sobriedad y textura, refugio de noches que borran soledad y silencio. Hace frio pero no impide. Grupos de gente, familias con carrito, regueros de voces, tertulias callejeras con ecos de sonrisa, encuentros inesperados. Todos varados aunque el frio no abrigue. De lejos, una corneta, un desgarro. De cerca, un tambor y miradas que giran buscando lo que esperan.
La estética vallisoletana va ganando enteros por ese casco anciano mantenido y destruido, depende el momento. Belleza de tradición va avanzando con los tiempos sin dejar esencias de clamor a duelo, y Gregorio Hernández, Juan de Juni y muchos más, son mecidos en noches de pasión al son de una marcha, a la sal justa y al sol nocturno.
El ruido enmudece, el frio se acalla y Valladolid observa extasiado de lo suyo.
Pasa un Cristo mecido por capirotes rojos y pies a un mismo ritmo: izquierda, derecha y sobriedad compuesta de mimo y ternura. Una humareda dulzona nos adormece mientras los ojos se derriten en luces de cirio, y el olfato aspira aromas de tiempo limitado. Y llega una música de tintes dramáticos que envuelve a ese hermoso crucificado.
Avanzan pies porteadores, se deslizan en un leve murmullo acompasado y mis ojos les siguen hasta el último par. Entonces esos ojos míos se quedan troncados en ese par solitario que cierra una procesión. Son dos pies que arrastran angustias. Tal vez quisieran caminar de otra manera pero algo se lo impide. Ayer fueron truhanees. Hoy penitentes. Dos zapatos que brillan en limpieza y que arropan a dos pies doloridos. Mis ojos hace rato que se convirtieron en cámara barriendo una imagen descompuesta por un pasado borrascoso. No hay más que mirar a ese hombre que desconozco para intuir dolor y penitencia.
Me cuentan, me dicen en susurros, que ese hombre que mis ojos notan terminado, en sus tiempos fue vicio y escarnio hacia otros. Sin embargo, le presiento redimiéndose detrás de un Cristo, un hombre desgastado de atuendo pulcro como oscuro, se arrastra con un rosario blanco y una mirada clavada en la cruz; pienso que es un ladrón, uno de aquellos dos que fueron al calvario. No sé si es fervor lo que transmite para otros, yo siento que evoca arrepentimiento, clavando al final de su camino una estaca que dirima tanta tropelía mundana.
Acaba el rosario de sombras silentes, cirios encendidos, música que desgarra, y con ellos ese hombre racheando sus pasos detrás del Cristo del perdón. En sus manos, colgado el alivio de sus rezos en plegaria para no caerse allí mismo de vergüenza y arrepentimiento.

Y la noche se apaga, las calles barridas. No hay fantasmas, sino luces tenues y el eco de un tambor en la lejanía. No siento frio, tampoco soledad. Siento pena por el ladrón que acompañaba a Cristo.

1 comentario:

Reina Letizia dijo...

Los fantasmas siempre me dieron de miedo. ¿Los hay en Semana Santa? Mejor me quedaré en casa.

Besos de Reina