Diario de una novata
XII
18 de febrero, 2016
¿Quién mandó quitar
el oso y el madroño de la puerta del Sol sin avisarme? Había quedado con el
ruso en el oso y llego y no hay oso. Empecé a preguntar como una desquiciada
dónde estaba el oso, nadie me contestaba hasta que una pobre me dice “¿No la da
igual un caballo?” Miro en dirección de su dedo y veo a Carlos III… pero, coña,
no era un oso. A ver cómo, puñetas, explicaba yo al ruso el cambio de bicho.
Llamo al ruso y le digo “No hay oso” ¿No ir tú? “Síii, ya estoy. Oso no,
caballo” ¿Cómo? “Caballo, tucutum, tucutun, ¿entiendes?” “Ah, síi, tucutun,
tucutn” Va y me cuelga. Yo debajo de Carlitos III mirando a todos los hombres a
ver si uno de esos era el ruso, porque al ruso dos yo no le conocía, solo al
ruso uno, el que encontré en el metro y me recomendó a su amigo que también era
ruso y violinista, y el que me llama un día sí y otro también. Total, veo a uno
con cara pánfilo mirar al caballo y al teléfono y me digo “Ahí está” y me
acerco muy victoriosa y le digo “Igor, encantada de conocerte”, mi saludo
aderezado con la mejor de mis sonrisas, claro, y me empieza a escupir palabras
en no sé qué idioma y voy yo y le digo “Scusi”, me pidió el cuerpo hablarle en
italiano aprovechando que no sé… Vuelvo a mirar a mi entorno y yo no veo a
nadie con pinta ruso hasta que por detrás de mí escucho “Angelines” me vuelvo y
por fin ¡El ruso!, qué dos besos le planté, el hombre cortadísimo. Me ha
encantado. Un hombre mayor, alto, delgado, vestido de esmoquin pues le había
salido hoy un trabajo y tenía que estar a las seis. Me he quedado embobada
mirándole, escuchando sus torpes palabras, pero que me sonaban a Gymnopédies.
He rozado con delicadeza la funda de su violín, le he dado las partituras y nos
hemos despedido. Le he vuelto a soltar dos besos, de esos de pueblo que suenan
y tan feliz me he vuelto a casa.
Ayer, de feliz que
estaba con la portada y contraportada de la novela en mis manos, las últimas
galeradas corregidas, pues me metí en Zara a comprarme un vestido aprovechando
que casi nunca me pongo vestidos, pero estaba tan feliz que la conté a la
dependienta que yo era escritora. Se emocionó la chica y se sentó conmigo en la
banqueta del probador “¿Y es de amor, tiene intriga?” Me preguntaba, yo la di
toda clase de explicaciones, me sentía un loro parlante. Por último preguntó mi
nombre, claro, y yo la respondí ”MªÁngeles Cantalapiedra, ¿a qué es un nombre
bonito?” Y me quede más ancha que larga. Cuando nos despedimos también la di dos besos y me volví a casa
pensando que hoy devolvería el vestido, cosa que he hecho después de dejar al
ruso.
No tengo remedio,
los nervios me hacen sacar a Lola incombustible de las mazmorras, pero es que
el 9 de marzo está a la vuelta de la esquina y estoy aterrada. Para consolarme
he pensado que este año febrero tiene un día más… ¿Qué tendrá que ver la
velocidad con el tocino?Llegó la hora de la cena, me estaba tomando una rodaja de melón desnatado, con un sabor tan insípido que las palabras de mi marido hasta me sonaron azucaradas "Tú te crees que eres María Dueñas o una Julia Navarro, pero no lo eres. Demasiado que has llegado hasta aquí" Levanté la mirada del melón y por arte de magia Lola intrépida se fue corriendo a las mazmorras.
Tenía razón, no soy nadie.
¡Mafaaaaaaaaaalda!
1 comentario:
Tú eres un sol.
Y tienes un nombre precioso.
Besos.
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