Ayer se acostó con
la emoción galopando por sus venas. Había sido un día intenso en el que empleó
sus cinco sentidos más los que no se ven, y que son estrictamente personales. Hoy
amaneció con el susto, el miedo, el vértigo, y la inseguridad, los cuatro a la
vez, agarrotando su cabeza, chillándole, llamándole loca. Su locura había llegado
demasiado lejos. Sin embargo, aunque acorralada en un rincón de ese lado oscuro
donde a veces habitamos, ella se defendía diciendo “Mi hija es buena, creo en
ella, he de arriesgarme”, pero los cuatro truenos seguían bombardeando cada
esquina, cada calle, el aire, el cielo e incluso el corazón que todo lo mueve. “¿Tú
sabes a lo que te enfrentas? Al fracaso, a la crítica más feroz, a los egos sin
fundamento, al rechazo”, pero ella miraba a eso cuatro jinetes apocalípticos con
la ingenuidad de la primera vez, con la ilusión de la ignorancia, con el sueño
casi cumplido, con su persona siempre expuesta al batacazo por ese riesgo que
lleva cosido a su ser y quien mueve los hilos de su vida, ese peligro que
olfatea cada mañana cuando emprende su camino y decide vivir la vida, no como
espectador sino hablándola, combatiendo cada escollo y labrando surcos de
simiente. “¿Qué avales tienes? Ninguno” Cierto nadie la puede asegurar nada,
pero ella confía. Su hija es buena y está decidida a arriesgar a pesar que el
miedo, el susto, el vértigo y la inseguridad la acorralen.
“Sevilla…
Gymnopedíes” estará en la calle en marzo. Más que nunca necesito el apoyo de
todos. De los que conozco y los que no. Uno solo se pierde. En equipo llega a
algún lugar.
“Cada capítulo
de una vida debería tener una música especial que sintonizara con los acontecimientos.
Si tuviera que poner una melodía en mi vida, sin duda sería Gymnopédies de Erik
Satie, mágica, misteriosa, suave, dulce, tan llena de paz que aún hoy me besa
en el corazón… Pero
eso fue mucho más tarde”… Así empieza mi hija, mi relato, mi aventura y ya para vosotros vuestra novela.
2 comentarios:
Le deseo el mayor de los éxitos.
Y muchísima suerte.
Besos.
Invertir en esfuerzo y constancia se traduce en una acumulación de méritos que deja listo todo para que un día pueda hacerse el clic. Como cuando se emplea lo suyo en traer una línea desde el transformador lejano, se mete en la casa, se hacen las rozas para meter el tubo por donde irán los cables, se tapan, se saca por el techo, se compran unas clemas y una bombilla, se empalma un interrumptor, se atornilla la llave. Falta darse de alta en la compañía, pero...
Un día se toca la pared, se hace clic y decimos: ¡Anda, si hay luz!
Me alegro infinito, amiga. A partir de marzo habrá una cerilla más en este mundo nuestro tan necesitado de luz.
Un beso.
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