Mi arbolillo se
despluma cayendo sus sueños en el agua de la fuente; parecen mariposas rosas
flotando en un océano limitado. Ayer hubo tormenta y su cuerpecillo, de tronco
alargado y anoréxico, se cimbreó
revelándose contra la madre naturaleza. Le miraba tras los cristales ahumados
de basura, y sabía que aunque esquelético, su fortaleza está bajo la tierra
que, a pesar de sus escasas ramas, él es fiel a mis ojos. Pero este año, de soles hechiceros abrasando con su
canícula las flores de mi jardín, ha querido florecer antes de la llegada del
otoño; igual que la vendimia.
Hace dos semanas
despertó rosa, creí que la imaginación jugaba con mis ojos, pero no. Abrí la
puerta, bajé las escaleras y allí estaba mi arbolillo famélico y escuálido con
su cabecilla coronada de requiebros tan rosas como sonrosados sus sueños de
verano. Acaricié su tronco sintiendo la ternura entre mis dedos porque nadie se
fija en él, hasta el jardinero quiso cortar su larga y estrecha vida en un
jardín de árboles pomposos, de cipreses acunando sus techos en el cielo y
fogosas madreselvas, el pobre se libró por los pelos, y ahí sigue en el medio
de la Lola para que nadie le mire, solo yo y el perro que mea sus bajos fondos.
Me da igual, yo veo su belleza
clandestina, el valor de su coraje para sobrevivir en una tierra adversa, y cada
año regalarme un manojo de florecillas tan escuchimizadas como él, tan
inocentes y sencillas que chirrían en un mundo sin escrúpulos.
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