lunes, agosto 03, 2015

LA DOLCE EQUAZIONE: DOS... LA NIÑA DE LAS PIEDRAS



                              
Da igual en qué parte del mundo estés, el mar, la playa, las sombrillas…, poseen un lenguaje común que es el discurrir sencillo del oleaje, el griterío infantil, la sonrisa afable, la luz en el rostro humano.
Siempre se dice que las comparaciones son odiosas y es cierto dado que, si comparas, estás anulando la idiosincrasia de una persona, de un lugar. Cada ser humano, cada rincón del planeta posee su propia identidad. La riqueza, entonces, la encontramos en adaptarte a ella, contemplarla y descubrir su belleza, su personalidad intransferible.
La costa amalfitana huele a limón y su azul se pega con sosiego a las paredes del alma. Tu corazón comienza a latir con el bamboleo de unas aguas tibias, tan suaves que tu ánimo se mece en ellas mientras los sentidos gatean por su costa encrespada y afilada. De arriba abajo te vas dejando resbalar hasta llegar a minúsculas calas, a playas chiquitas de piedrecillas sobadas con tanto oleaje que, según las tocas sientes el devenir de aquella infancia que dejaste atrás…

Estaba tumbada al borde del agua, medio flotando mi cuerpo entre el cielo y la tierra cuando, de pronto, mis ojos se volvieron a la arena de piedra. Minúsculas chinitas resplandecían a mí alrededor. Me incorporé para fijar mejor la atención pensando que bien podrían ser esmeraldas. Entonces, mi ánimo de adulto se evaporó y me vestí de niña. Ya solo existía para mí aquellas piedrecillas esmeraldas que el oleaje arrastraba hasta mis manos. Cuál sería mi sorpresa que, estando en plena concentración sobre el botín que recaba en la palma de mi mano, escuche una voz melodiosa que me hablaba en italiano. Volví la cara y me encontré con una niña de tez, pelo y ojos, oscuros que me hablaba en italiano y me tendía más esmeraldas para mi afanado botín. La hablaba en español y ella en italiano. Iba y venía con la sonrisa prendida en su niñez, y la luz de la inocencia cosida en cada gesto suyo. Así estuvimos un buen rato entre sonrisas, carcajadas y baños en las que ambas nos sumergíamos en aquellas aguas turquesas apretando las palmas de nuestras manos para que las esmeraldas no se escaparan de los sueños de dos niñas. Después, mi parlanchina amiga de juegos se fue a la orilla para regresar con una botella pequeña que me tendió para que yo guardara mis trofeos verdosos. A continuación, me llenó la botella de mar, la cerró y me tendió la luz de su boquita desdentada y la botella. La di un beso de sal en su rostro de chocolate en almibar y le dije “¡Arrivederci, bambina!”… Me perdí entre las rocas gateando hasta el cielo, no sin antes volver la vista hasta el mar y ver como mi infancia se quedaba flotando en aquellas aguas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso relato.