Hay días en que no encuentras
los sentimientos, seguro que los has extraviado por cualquier esquina
polvorienta de tu vida. Ni siquiera te responde la sensibilidad. Abres los
armarios, los cajones, incluso tu despensa emocional y no te tropiezas ni
siquiera con unas migajas que despierten aunque sea un pequeño sentimiento,
nada. Simplemente te hallas en estado vegetativo. Te hablan, te cuentan, lees y
sigues estático sin que la lumbre encienda el calor que posee la vida. Apenas
un fogueo interno de rabia o antipatía hacia alguien hace que brames, masculles
palabras sin sentido que tal vez te arrepientas por haberlas dado demasiada voz
si alguien te las escucha. También puedes presentir que una persona o situación
es nociva para tu salud mental y tu instinto de supervivencia te susurra que
salgas corriendo como si no hubiera un mañana. Ni siquiera oyes al silencio,
ese buen compañero que te induce a pensar, a meditar sobre caminos tuyos o de
otros, a amueblar las estanterías de tu intelecto y pensamientos, nada. La
situación se agrava si en las horas de sueño, éste se va de farra y te deja con
la almohada desplumada mientras escuchas pasar los minutos, las horas de un reloj que no deja de marcar el tiempo,
un tiempo que sientes que se diluye delante de tus narices y que ni siquiera lo
hueles.
Entonces, te echas de menos,
añoras ese otro yo que es parte de ti, como si fuerais una pareja de norte y
sur y que, por circunstancias que no
alcanzas a comprender, se ha ido de tu vida, sin explicaciones, sin riñas,
simplemente un día fue a por tabaco y hasta la fecha no ha vuelto. Pero después
de echarle de menos, te acostumbras, quizá lo olvides alguna vez, quién sabe.
Pero aunque las crónicas te
obliguen muchas veces a finales tristes, aciagos y devastadores, yo me niego, y
mi voluntad persevera en buscar una final feliz o, al menos, positivo para esta
situación circunstancial. Porque lo primero que uno ha de plantearse es que
nada es perpetuo, y que todo lo que viene, en un momento dado se va, por lo que
hay que estar preparando y aceptarlo. Lo único seguro que hay es que la vida enhebra
pañal y mortaja, lo que hay entre medias es susceptible de cambio y tú, yo, el
otro, está de nuestra mano cambiarlo. Porque nada te viene a buscar sino todo
lo contrario. Has de salir a buscar la luz, a pescar sensaciones, y cazar
emociones. Luego las cocinas con mimo, las reposas como buen guiso que se
precie y, por último, las digieres.
…No ha amanecido aún y he
escuchado el canto de un pajarillo; he sentido que me saludaba y venía a
hacerme un rato de compañía. Al rato, me he levantado a por una taza de café y
me he encontrado con un espectáculo muy bello pegado en la ventana: estaba
amaneciendo y una lluvia fina resbalaba por el cristal, y ha hecho que una
sensación de placer me diera los buenos días. Después, con un café humeante
entre mis manos, he hallado unas palabras de mi amiga Rosa hablando de Platero.
He corrido por internet a buscar al burro y regalaros yo también unos buenos
días especiales.
“Platero
es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se
diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de aza-
bache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su
hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas. . .
Lo llamo dulcemente: "Platero?", y viene a mí con un trotecillo
alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal . . .
Come cuanto le doy. Le gustan naranjas, mandarinas, las uvas
moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina go-
tita de miel . . .
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña . . .; pero
fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos,
por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos
de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tiene acero . . .
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo”
diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de aza-
bache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su
hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas. . .
Lo llamo dulcemente: "Platero?", y viene a mí con un trotecillo
alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal . . .
Come cuanto le doy. Le gustan naranjas, mandarinas, las uvas
moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina go-
tita de miel . . .
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña . . .; pero
fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos,
por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos
de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tiene acero . . .
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario