Con el sueño descolgado en mis ojos y la somnolencia prendida en
la cabeza, preparo café, enciendo el ordenador y me quedo quieta con la vista
cosida a la pantalla. Segundos más tarde mis dedos pulsan la búsqueda del
primer periódico. Previamente la cafeína va resbalando tímidamente por las
paredes de la garganta y enciendo el cigarrillo, de los que mejor me sientan
del día, el resto o la mayoría me los podría ahorrar. Gestos cotidianos de un
animal de costumbres bien talladas para que la luz de la vida consciente
comience a correr por mis venas. Sistemáticamente leo sin leer las cabeceras,
luego vuelvo al principio y vuelvo a releer las letras grandes y en negrita; la
mente comienza su engranaje. Normalmente el dedo corazón pincha en una noticia
Banal porque el sueño se resiste a abandonar su feudo y con ese tipo de
noticias no me suponen ningún esfuerzo, es más, me dan igual, pero no así el
ejercicio lento y pausado con que someto al cerebro para que los vahos
nocturnos se larguen de una vez. Me gustan esas primeras huellas de vida que
entran en mí dejando la sonrisa cincelada en el ánimo. Es como si me predispusieran
a ser benévola para el resto de las horas.
Añado más cafeína al organismo y voy elevando la raíz de la
noticia hasta hallar esa que prende la bombilla del intelecto y un pensamiento
lejano al terreno baladí me hace recapacitar. He pulsado varias cabeceras de
los más diversos temas. Unas no aportan nada, es decir te han vendido humo en
letras gordas, no más. Sin embargo según vas picando crónicas, primicias,
sucesos, encuentro una esencia común en todas ellas: cadáveres escondidos.
Suena extraña y confusa mi afirmación, pero cuando lo explique
comprenderéis que el título que más se acerca a mi descubrimiento.
A partir de cierta edad en la que abandonas la niñez para
impregnarte de la adolescencia y más tarde sucumbir al mundo del adulto, no
hablo de madurez porque hay gente que se muere sin saber el significado de esa
palabra, vas acumulando experiencias. Unas son acertadas, otras verdaderas
meteduras de pata. Experiencias al fin y al cabo que van modelando nuestro
carácter, forma de pensar y actuar en la vida, incluso recalcan principios
básicos de todo ser humano, o sencillamente las reglas, razonamientos y gérmenes que
abandonas en un recodo del camino por siempre jamás.
Bien, pues todos esos sucesos y experiencias van engrosando la
mochila que llevas a tus espaldas o que guardas en un armario. Y un día X, tu
vida da un giro y der ser una persona desconocida más allá de tus paredes
personales, amigos, familiares y compañeros de escuela o trabajo, te pones en
primera fila de fuego expuesta a ser conocida más allá de tus fronteras,
insisto personales, y ser el blanco u objetivo de todo tipo de triquiñuelas.
Sabido es que somos un país difícil, de juicio rápido y
desmesurado y que en cierto modo necesitamos vivir un poco de los demás, o
vivir un poco sus vidas o en sus vidas, llámalo H. Entonces comienzan a abrirte
tu armario, tu mochila, y a sacarte tus cadáveres, porque todos, absolutamente
todos, guardamos cenizas contrahechas de un error en nuestra vida y quien diga
que no, miente, miente como un bellaco.
En ese momento, el pensamiento me pregunta “¿Eso es lícito, es
lógico que se haga?” Solo acierto a contestarle que deberíamos juzgar a la
gente por sus hechos actuales, no por lo que guarde en el armario que ya es pasado,
no presente, y no creo que sea lícito espolvorear las intimidades de una
persona a no ser que la persona en cuestión las espolvoree ella misma a golpe
de talón, lo cual es lo más habitual para ganar dinero fácil y rápido.
Pero antes de terminar de teclear estas zozobras mías, me doy
cuenta que soy consumidora de cadáveres, profanadora de tumbas porque, y no me
estoy justificando, es un ejercicio y hábito intrínseco al ser humano.
A veces pensar es deprimente.
¡Buen fin de semana, amigos!
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