Anoche hubo luna llena. Apareció sin hacer ruido, trepando entre los
chopos, dejándose intuir entre las ramas, tan redonda, tan grande, tan amarilla
como la yema de un huevo, antes de colgarse de un cielo oscuro cuajado de
farolillos. Y, cuando retomó su color natural de blanca paloma, reina y
solitaria, comenzaron a cantar los grillos de esas noches castellanas que rezuman
aroma a campo recién cortado. La brisa, tímida y suave, roza tu alma sin un quejido
para que balancees la esencia de esta tierra que, de sobria, transpira señorío
en su propia humidad. Incluso, ese airecillo fresco de chaqueta fina, te acerca
el sonido de la verbena del pueblo de al
lado. Orquestas que van y vienen de un pueblo a otro en estos veranos de
castilla, trayéndote los éxitos del verano, los sonidos más pachangueros,
tronados por la cantante de turno, de caderas sinuosas, embutidas en un vestido
dos tallas menos.
Y, mientras el grillo sigue con su cántico tradicional, posado en ese campo
lleno de pacas con trocitos de girasoles buscando el sol, encontrando la luna,
las callejuelas de los pueblos castellanos se llenan de gentío, los que viven
de siempre, de los que vienen a olisquear sus raíces, de forasteros y
veraneantes, todos juntos tras las comparsas que agitan a la gente para que salte
y cante entretanto llega a una peña a encontrarse con los suyos y beber
limonada. Esa limonada de tinto, fruta y canela, tan típica de estas tierras.
Harán tiempo para que las talanqueras se sellen, y suelten las vaquillas que recorrerán
las calles ensortijadas de arriba abajo, de abajo arriba, una y mil veces,
parándose de vez en cuando, y generando chillidos de miedo, valentía para unos
pocos que osan ponerse delante de las astas torcidas de un torito mareado,
deleite para todos los paisanos. Los viejos del lugar reposan tranquilamente en
las puertas de sus casas, en sus sillas de enea, tan viejas como ellos mismos. Otros,
sin embargo, disfrutan del momento en sus jardines de verano, delante de una
cerveza fresca, o elevando su paladar con un buen tinto de la tierra mientras
la charla pausada corre por su verano castellano.
Anoche hubo luna llena, tan hermosa, y azafranada, que llamé a un amigo
para decirle que robara a esa luna dorada la esencia de un instante. Miguel
hizo lo que pudo, y aquí os la traigo mientras os relato ese verano castellano,
que de mar no tiene nada, pero cuyos matices son tan bellos como esas costas
que rodean a nuestra España.
1 comentario:
La belleza abarca todo aquello se alcanza a vivir con intensidad. narrado como tú lo hacer. El mundo no se limita a sol y playa.
Besos mientras quema el terral.
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