Es una noche desagradable. El viento azuza las ventanas, y las surfinias,
plantadas en el mirador, tiritan de tanto vaivén. Tal vez, gracias a ese aire
enojado, me haya sentado a pensar en ella, a cómo la he visto hoy vestida de
domingo a pesar de ser lunes. Ha ido a la peluquería y ha pintado, sus ojos
tristes, de fiesta.
Esta tarde ha salido de paseo, ha cogido su bastón y su bolso y se ha
sentado en una terraza; no estaba sola sino rodeada de sus cuatro hijos, sus
nueras, y parte de sus nietos. Está más sorda que un tomillo (como se dice en
mi tierra al que no oye nada), pero ella trataba de acercarse a ellos para
escuchar y, cuando no oía, sus labios risueños sonreían tímidamente. Incluso en
algún momento he temido que esas lágrimas que siempre lleva prendidas en el
corazón, brotaran en cascada; quizá por felicidad de ver a los suyos tan
próximos y, también, por añorar a quien estuvo tanto tiempo a su lado, con el
que compartió más penas que alegrías, su fiel compañero hasta el final. Porque
no hay día que no le añore, que tenga para él, un recuerdo, un rezo, un
suspiro.
Lola en mayo cumplió ochenta años y la sentó fatal cumplirlos. Lola peina
muchas canas en el alma, sus achaques la torturan, pero su esencia late como el
primer día en que presentí su facha tierna y adorable. Mujer que respira
honestidad, cobijo de tantos besos y abrazos. Me gusta mirarla en soledad, en
el silencio de esta noche atropellada de puyazos de viento malogrados, recordando
ese candor suyo de perpetua inocencia, esa mirada nostálgica esperando siempre
algo que no termina de llegar. Me gusta pensarla de lejos, de cerca y de
costado, porque la veo como esa virgen dolorosa que aúlla cuando la duele el
alma de tanto dolor contenido ya que Lola sufre como ninguna, pero disfruta
también recordando, recordando su ayer de chica, de joven, de mujer, de madre.
Lola se deleita viviendo la felicidad de otros, y desprende chispas de alegría
porque ella es así, igual gime, que llora, que ríe.
Cada vez hay menos mujeres que se llamen Lola, ¡con lo que a mí me gusta
ese nombre! Gotea tronío, personalidad, carisma, tan nuestro, tan español. Si
hasta Machado escribió un poema para ti, mi Lola, querida. Pero, hoy, esta
noche de silencio ventoso, déjame que te diga esta coplilla de Federico García
Lorca…
Bajo el naranjo lava
pañales de algodón.
Tiene verdes los ojos
y violeta la voz.
pañales de algodón.
Tiene verdes los ojos
y violeta la voz.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
bajo el naranjo en flor!
El agua de la acequia
iba llena de sol,
en el olivarito
cantaba un gorrión.
iba llena de sol,
en el olivarito
cantaba un gorrión.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
bajo el naranjo en flor!
Luego, cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
bajo el naranjo en flor!
Ay mi Lola, que
creciste grande a mis ojos mientras la vida se te iba entre fogones, hoy te he
visto como entonces, cuando de niña me paseabas, ibas vestida de domingo aunque
fuera lunes, limpia y aseada, y yo qué orgullo he sentido de ser tu sobrina.
1 comentario:
Me ha encantado.
¡Que vivan las Lolas!!
Un gran abrazo, otro para Lola.
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