Hoy he
despertado con las lluvias que arrecian
tras los cristales y no he podido reprimir el cerrar los ojos y verlo, y sentir
su balanceo…
Hay paisajes que no
hacen falta verlos, los sientes, escuchas su aliento en lo más íntimo sin que
el sentido de la vista olfatee su horizonte.
Paisajes que con
sólo oír su silbido sientes cómo se engrandece tu ánimo achicado por las
tormentas cotidianas; sólo has de sentarte al borde de ti mismo. No necesitas
abrir los ojos, él mismo te transporta a los confines más catapultados de tu
persona. No te inquietes, hay sensaciones que no necesitan ser vistas, tan sólo
palparlas con la sensibilidad de tu espíritu. Paisajes ciegos tan llenos de luz
y color que no requieren imprimirlos en las retinas, sólo dejarte transportar
por ellos.
Paisajes ciegos que
siempre te esperan, no importa el tiempo que pase porque cuando vuelvas a ellos, te estarán esperando,
son los mismos que dejaste atrás en un tiempo que fue, niñez, adolescencia, juventud,
hace dos meses, ayer…
Cada uno tenemos
nuestros paisajes a donde evadirnos cuando la tempestad arrecia o simplemente
el ánimo te lo pide.
Hoy he despertado
con las lluvias que arrecian en un amanecer aún sin luz, y no he podido
contener la salazón por cerrar los ojos y ver esa mar que no hace falta mirarla
porque de tanto mirarla la llevo dentro, huelo su salitre, algas y pescado,
siento su espuma en las manos, el
cosquilleo del agua en las piernas. Mar de pestañas oscuras y acicaladas curvas,
bañada de soles e increpada por un
océano de gaviotas…
Sí, cada uno de nosotros
tenemos nuestra campiña, horizonte donde escondernos para encontrar "el otro yo", que es nuestro, nadie nos lo puede quitar
y, allí, en ese paisaje tan personal e íntimo, es donde encontramos el
equilibrio y la paz para afrontar nuestros desafíos diarios.
1 comentario:
Qué bonito Mª Angeles, así es, hay paisajes que abrazan, entran por el corazón y nos acarician. Me ha encantado tu escrito. Un beso y buen finde.
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