Ayer se apagaba la tarde con la brisa resguardada detrás de una columna;
ese aire que baja grados porque es época de espolio aunque no guste que el
calor se vaya de las calles y debamos buscarlo tras los muros de los edificios.
Ese aire traicionero que nos encuentra desprovistos de armas para
combatirlo, y él hace de las suyas dejándonos el cuerpo repleto de virus, toses
y febrículas.
Algunos somos atacados aunque nos resistamos y, a pesar de dosis ingentes
de Paracetamol, se obstina en no abandonarnos al menos en siete días.
Bien, pues a pesar de estar contaminada, yo trato de seguir mi ritmo aunque
sea a un estribillo lamentable y, ayer tarde, con la penumbra de la luz
eléctrica, tuve el deleite de observar con lentitud a mi amiga Pilar en todos
sus ángulos y perfiles; la tos me impedía meter baza en la conversación, así
que fue ella quien se expresó en voz alta; a veces hablándome, otras, pensando
en alto, defendiéndose de los estragos que hace la vida, de los reveses
injustos e injustificados, de ese Dios que machaca sin darte oxigeno para recuperar
fuerzas. Del declive de sus orígenes, de la impotencia de ánimo para levantar
sombras a su alrededor… Me gustó escucharla, leerla entre líneas, porque es
mujer que no escribe directo sino que va dejando matices en forma de palabras
calladas, y has de ser tú quien las case para formar frases y entender aquello
que la hostiga, el dolor de sus cicatrices, las alegrías chicas que se cuelan
cuando menos se lo espera.
Se levantó a pagar y su cuerpo llevaba el brío del baile, ese que se pega a
su piel y levanta matices de su personalidad. Ayer hablaba su cuerpo, su voz y
sobre todo la ironía con que trata sus circunstancias a las que sella con una
carcajada para no desvanecer sus esperanzas.
Sí, cuando tengo la fortuna de observar a Pilar, disfruto en calma de las
sensaciones que me provoca; no es mujer perfecta, tiene defectos como
cualquiera, incluso he de reconocer que muchas veces la cogería por el cuello y
la zarandearía hasta que soltara sus rebotes sordos que tanto me desquician,
pero por encima de todo eso, está la mujer, la joven, la niña…, las tres
crecieron a mi lado y tengo la fortuna de seguir contando su paso firme, su
paso ladeado y los estribillos del aire que respira.
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