La ciudad hoy la he encontrado somnolienta y brumosa, silente en su propia
materia. Las hojas broncíneas se enredaban a mis pies; un otoño melancólico
venía a las puertas de la estación a recibirme. Me parecía un día tan triste,
pero a la vez tan bello que he parado a fumarme un cigarrillo, y sin saber el
porqué una imagen ha venido a mi mente… Han pasado veintiséis años desde aquel
veintiuno de junio en que recogí sus cosas para siempre. Sin embargo no hay día
que aparezca alguna señal suya de que una vez estuvo aquí. Su letra sigue
firme, esbelta y delicada. Un trazo legible, elegante, y sin haber perdido un
ápice la frescura del color azul pavo con el que anotaba cada cosa, en un orden
intachable, envidiable.
¡Qué estragos hizo la enfermedad con él!; le robó poco a poco todos sus
pequeños placeres hasta que lo dejo como un muerto viviente, sin luz en sus
ojos, sin voz en su boca, sin música en sus oídos, y dejó de mirarse al espejo.
Él ya no estaba allí.
Demasiado cruel ese destino que le arrebató futuros aún sin escribir a un
ser tan joven porque era muy joven aunque yo le viera mayor.
Un día me pidió un cigarrillo y a duras penas pudo fumarlo; sus manos
temblaban, su garganta no respondía ya y…, en un recién estrenado verano, se
fue mientras yo estaba rodeada de un mar azul pavo; supe que su llama se había
apagado porque el sol de media tarde me aplastó con su luz.
… Apago el cigarrillo y reanudo el paso rumbo a casa. Sí, me he fumado un cigarrillo
“In memoriam” de mi padre.
3 comentarios:
Me has hecho recordar instantes que prefiero olvidar...
Una pena todo.
Besos.
Cuánta tristeza... pero quienes hemos perdido a alguno de nuestros padres o a ambos nos identificamos con tus letras, repletas de emoción y amargura al mismo tiempo.
Un abrazo enorme.
Querida tu relatos inmensos como siempre.
Sentí no verte por Madrid.
Un abrazo
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