miércoles, octubre 17, 2012

LA MAR


Tengo la imagen clavada en las retinas, el aroma a salitre colgado de mi piel, las sonrisas cosidas en mi alma y una paz plagada de buenos propósitos…
Desde que llegamos, cada uno de nosotros llevaba una mochila  a cuestas de sinsabores ¿Quién no los tiene, verdad? A unos se les notaba en sus miradas distraídas, a otros en palabras sin decir y a cada uno de nosotros era urgente que entraran en sus pulmones “Las barbas del abuelo” y, así, seguir soportando las presiones cotidianas, los vacíos, las desilusiones, las ausencias, tantas cosas… Como una mosca cojonera, salpicaba en cuanto podía mi querencia de ver el mar, si era bajo un cielo mortecino, mejor que mejor. Si podía ver la playa desierta de la huella humana y con las pisadas inconfundibles de las gaviotas, sería como si mis alas se desplegaran y volaran donde el dolor no llega.
… Se despertó una mañana cobriza, de lluvia intermitente y de colores encendidos por la luz que nunca se agota en el otoño de nuestras vidas, y allí nos fuimos todos a contemplar el horizonte cenizo, las olas de un bravo enardecido. Un perro corriendo deseando alcanzar una nube glotona, nueve corazones absorbiendo aquella estampa maravillosa, y un ángel colgado del cielo revoloteando entre nosotros; le vi sentado por un instante en una roca, después, alzó el vuelo como las gaviotas.

1 comentario:

Nómada planetario dijo...

Ciertas imágenes, sensaciones, vivencias son como otra dimensión a la que podemos asomarnos por unos instantes. El último párrafo está cargado de sensibilidad y buen hacer, tanto como escritora como ser humano.
Un abrazo.