Tengo la imagen clavada en las retinas, el aroma a salitre
colgado de mi piel, las sonrisas cosidas en mi alma y una paz plagada de buenos
propósitos…
Desde que llegamos, cada uno de nosotros llevaba una
mochila a cuestas de sinsabores ¿Quién
no los tiene, verdad? A unos se les notaba en sus miradas distraídas, a otros
en palabras sin decir y a cada uno de nosotros era urgente que entraran en sus
pulmones “Las barbas del abuelo” y, así, seguir soportando las presiones
cotidianas, los vacíos, las desilusiones, las ausencias, tantas cosas… Como una
mosca cojonera, salpicaba en cuanto podía mi querencia de ver el mar, si era
bajo un cielo mortecino, mejor que mejor. Si podía ver la playa desierta de la
huella humana y con las pisadas inconfundibles de las gaviotas, sería como si
mis alas se desplegaran y volaran donde el dolor no llega.
… Se despertó una mañana cobriza, de lluvia intermitente y
de colores encendidos por la luz que nunca se agota en el otoño de nuestras
vidas, y allí nos fuimos todos a contemplar el horizonte cenizo, las olas de un
bravo enardecido. Un perro corriendo deseando alcanzar una nube glotona, nueve
corazones absorbiendo aquella estampa maravillosa, y un ángel colgado del cielo
revoloteando entre nosotros; le vi sentado por un instante en una roca,
después, alzó el vuelo como las gaviotas.
1 comentario:
Ciertas imágenes, sensaciones, vivencias son como otra dimensión a la que podemos asomarnos por unos instantes. El último párrafo está cargado de sensibilidad y buen hacer, tanto como escritora como ser humano.
Un abrazo.
Publicar un comentario