El sabor de la repugnancia es como masticar un alimento para
el alma podrido; te deja asqueado al primer golpe. Pero no termina ahí, con ese
golpe seco a hedor, a putrefacción, porque la persona que guarda en su interior
una valija de riqueza moral, es difícil que se le destruya por esos golpes
mundanos tan sociales y etéreos, tan superficiales como esas cortinas de humo
que lanzamos los fumadores: tal vez tarden en desaparecer y su aroma se pegue a
las paredes desnudas, pero son eso, humo.
Hoy os traigo el retrato de un hombre, el nombre es lo de
menos ya que estoy convencida que, para suerte nuestra, hay muchos como él aunque
la honestidad de estos hombres, su amor a las cosas bien hechas, no tengan cabida
en nuestra sociedad porque la carroña oscurece las buenas obras, las sonrisas
francas, las manos tendidas… Sin embargo yo me obstino en hablar de él. Es un
hombre brillante con unos principios morales muy sólidos, mente lúcida y bien
amueblada. Amigo de sus amigos, luchador por dar a sus hijos lo mejor, ese
mejor que no se ciñe al dinero porque para él esa palabra tiene su justa
medida, no más. Honrado, responsable, y muy enamorado de su mujer aunque los
años sean muchos y desgasten las ilusiones. Nunca le he visto pedir, se conforma con lo mínimo para
él sin embargo, para los demás, da mucho .De sí mismo habla poco o nada; sus
sentimientos, decepciones, van hacia dentro donde no puedan molestar. No es perfecto, ni mucho menos, es más, tiene
sus debilidades, cabezonerías, imperfecciones…
¿Quién no las tiene?
Hoy le vi pasar, su mirada era triste, mucho, nunca la tuvo
jocosa, pero hoy era especialmente triste; los años parecían volcados bajo sus
ojos como dos ríos a la deriva. Cuando te encuentras a alguien así dudas qué
decir, más, si le aprecias, te quedas ronco aunque desees que le ilumine esa
luz que desfila de una nube tal vital y hermosa que hace que sientas que
merece la pena “Tirar palante”
No os exagero si os digo que es un caballero, tal vez de los
últimos que quedan. Un caballero de los pies a la cabeza, con sus defectos, sus
fobias y filias, pero un caballero. El sabor de la repugnancia es como masticar
un alimento para el alma podrido; te deja asqueado al primer golpe. Pero no
termina ahí, con ese golpe seco a hedor, a putrefacción, porque la persona que
guarda en su interior una valija de riqueza moral, es difícil que se le
destruya por esos golpes y, menos, que le roben la dignidad, el orgullo de
seguir tras sus principios.
1 comentario:
Mi admiración para esa persona.
La merece.
Besos.
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