lunes, febrero 27, 2012

EL MUCHACHO DE LAS MULETAS


Hay una leyenda que cuenta que hacia mil trescientos ochenta en Cataluña se descubrió entre unos arbustos de hiniesta una imagen de la Virgen con una anotación “Soy de Sevilla de una iglesia cercana a la puerta de Córdoba” Fue llevada a Sevilla y desde entonces gozó de una gran devoción. Posteriormente se fundó la hermandad de la Virgen de la Hiniesta. En la misma iglesia  habita el Cristo de la buena muerte…

El Guadalquivir amaneció entre brumas y vahos, pero el sol a media mañana barrió los cielos y el cielo volvió a ser azul.  Entretanto, andaba yo por las callejuelas aledañas a la calle Feria cuando mi amigo José Javier me mostró  una hermosa iglesia de reminiscencias mudéjares y vestigios góticos; con suerte estaba abierta y entramos… Caminaba  embelesada mirando a la techumbre de madera cuando tropecé; miré y era un bastón. Me agaché a recogerlo y entregárselo a su dueño. Era un muchacho joven, no más de treinta años. Su cara me regaló una dulce sonrisa y siguió a lo suyo.  Mi curiosidad pudo más y con discreción le observé. Sus ojos estaban clavados en una virgen y rezaba. Las manos de la virgen estaban desgastadas de tanto beso y fervor y, sin embargo, ahí estaban extendidas hacia el muchacho de las muletas. Después de orar un buen rato, se giró hacia su derecha en busca de un Cristo; era una escultura bellísima y con tanto dolor impreso en su rostro como la de aquel chico; porque  vi su faz al completo y llevaba el dolor tatuado en la cara… Y siguió rezando.
Me conmovió la escena. Posteriormente vi escenas parecidas protagonizadas por otras personas, pero lo que me llamaba la atención es que era gente joven en un mundo descreído y desafiante; las circunstancias tampoco acompañan, pero mis ojos lo han visto y mi sensibilidad lo ha palpado: hay gente, mucha, que tiene fe. Sí, muchos pensaréis que es la necesidad del ahogado en una tempestad; no voy a llevar la contraria a nadie. Es el momento del respeto a nuestro semejante, dejarle caminar por su senda aunque no sea la nuestra.
Cuando salimos, el cielo seguía azul, una mañana hermosa que nos invitó a tomarnos una cerveza fresca en la plaza de San Julián y, así,  poder seguir estrechando lazos de amistad en un mediodía primaveral,  sevillano por los cuatro costados.

2 comentarios:

Maripaz dijo...

Un auténtico placer ese paseo por mi querida Sevilla. Un relato entrañable lleno de respeto.

dafnis dijo...

Sevilla,a traves de tu pluma,es mas Sevilla