En los tiempos que corren en que los ánimos están desinflados y los ojos enganchados a un futuro tan negro y poco prometedor. Donde las esperanzas están aparcadas en el andén sin salida aparente, me conmueve una estampa deliciosa en un invierno madrileño que parece más una primavera fresca aunque las ramas de los árboles estén desnudas mostrando perfiles somnolientos y melancólicos.
Vuelvo a la rutina de antes y ya soy capaz de montarme en un autobús y ver y sentir mi entorno. El pasajero que va a mi lado es una mujer entrada en años pero con un gesto juvenil. Su atuendo es sencillo, lejos de algarabías y falsas pretensiones, aunque muy estudiado, desde los zapatos de goma hasta el sombrerito gracioso que tapa sus sienes. Mientras el bus avanza ella se mira las manos comprobando que están suaves y sus uñas pulcramente decoradas con un barniz rosa muy suave. Su abrigo me huele a canela aunque, si el bus se tropieza, el cuerpo de la mujer se me aproxima y el aroma que despide es a jabón.
Así transcurre nuestro viaje hasta que se levanta y toca el timbre de la próxima parada; se ajusta el gorrito, se alisa el abrigo y para el bus. Por fortuna el vehículo esta parado un rato ya que el semáforo está en rojo, de tal manera que mis sentidos pueden beber la escena completa: la mujer baja y hay una mano que se acerca a ella para ayudarla a bajar. Es la mano de un hombre también de mediana edad con una sonrisa de ilusión, tan llena de vida y esperanza, que me estremece. Se dan un beso tímido; sus labios se juntan levemente, de tal manera, que parecen esconder sus vergüenzas. Después, unen sus manos como si lo hicieran dos colegiales de los de antes- los de ahora son descarados- y comienzan a caminar con sus ojos pegados los unos a los otros diciéndose un todo sin pronunciar una palabra; es una escena en desuso. Observo sus pasos y son los andares de dos pingüinos: se ladean hacia los extremos para volver sus cuerpos hacia el interior asomando el amor en el ecuador de sus vidas. La gente pasa por su lado, pero no aprecian esta escena tan tierna.
Ya el bus arranca y mis sensaciones revolotean dejando una estela de canela y sonrisa; en silencio doy gracias a esa pareja por haberme provocado multitud de sensaciones tan gratas mientras mis ojos pierden en la lejanía los perfiles de dos pingüinos enamorados.
6 comentarios:
Tú si que sabes ver.
Tienes una mirada privilegiada.
Besos.
Bellon relato querida Angeles.
Un fuerte y cálido abrazo
Una observadora muy atinada, como siempre lo mejor la descripción. Tuviste más suerte que yo con el bus, esta mañana lo cogía para ir al taller por la moto y lo único que se oía era una tipa contándole a otra en voz alta sus problemas dentales. Toma ya hilo musical.
Besos térmicos.
Solo alguien con tremenda sensibilidad nos puede deleitar como tu lo haces, no es mirar es ver mas allá de lo simple...Precioso.
Muaks
Con tu relato, he sido un pasajero más, con la ventaja de verte a ti también... ¡y tu sonrisa!
Un bello texto como todos los tuyos plagado de una maravillosa prosa.
Un beso
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