Sigo con el tiempo a cuestas pensando que fue ayer y, sin embargo, el tiempo no detuvo su maquinaria precisa, y ya es hoy con sus recuerdos, sus sombras y sus futuros por determinar. Tal vez no haya un mañana por lo que el ahora es tan valioso, tan real, tan grande.
Un hoy cimentado en el ayer, en aquel verano que se escribió bajo un jardín y sus flores, con el eco de unas risas, la juventud corriendo a borbotones por la escalera Albertina, y una bandera presidiendo el horizonte de una familia, de la amistad como resorte, de la generosidad como paladín.
Ya están las maletas en la puerta esperando su destino mientras La Lola cierra con sigilo sus puertas temiendo el olvido.
La miro por última vez antes de que la vista se atrinchere en sus lágrimas. No hay pena, sí nostalgia de paseos a media tarde, silencios orgullosos de callar, de palabras que llegaron al corazón de la mano de un amigo en aquel verano en el que aprendí a caminar de nuevo sobre el fuego de la vida, y la Lola se convirtió en un hogar donde luchar es el pan de cada día y el amor, la paciencia y la comprensión, el agua que calma la incertidumbre de mi mente cuando se pierde en el oscuro túnel de una enfermedad que se resiste a soltar amarras y largarse para siempre.
Ya en la carretera volví a mirar a La Lola. Me sonreía confiada y supe entonces las bondades de aquel verano que me llenó de energía para volver a comenzar.
Un hoy cimentado en el ayer, en aquel verano que se escribió bajo un jardín y sus flores, con el eco de unas risas, la juventud corriendo a borbotones por la escalera Albertina, y una bandera presidiendo el horizonte de una familia, de la amistad como resorte, de la generosidad como paladín.
Ya están las maletas en la puerta esperando su destino mientras La Lola cierra con sigilo sus puertas temiendo el olvido.
La miro por última vez antes de que la vista se atrinchere en sus lágrimas. No hay pena, sí nostalgia de paseos a media tarde, silencios orgullosos de callar, de palabras que llegaron al corazón de la mano de un amigo en aquel verano en el que aprendí a caminar de nuevo sobre el fuego de la vida, y la Lola se convirtió en un hogar donde luchar es el pan de cada día y el amor, la paciencia y la comprensión, el agua que calma la incertidumbre de mi mente cuando se pierde en el oscuro túnel de una enfermedad que se resiste a soltar amarras y largarse para siempre.
Ya en la carretera volví a mirar a La Lola. Me sonreía confiada y supe entonces las bondades de aquel verano que me llenó de energía para volver a comenzar.
6 comentarios:
El presente debe beberse a grandes sorbos, o mejor a morro. Las dosis solo valen para el pasado.
Pisa el acelerador de la vida.
Un besazo.
Ojalá esa enfermedad se vaya de una vez para siempre.
Verás como si.
Besos .
Historia que me conmueve, mi querida amiga Ma. Angeles. Vuelve a visitarme. Me encanta tu manera de escribir y de ser.
Un beso y un abrazo...
Ya te echaba de menos.
De verano en verano, de día en día, vamos haciendo el camino... al fin y al cabo estamos en tránsito y ese tránsito es una forma de beber y vivir la propia vida.. vive el día, el momento, que es lo que se tiene...
Un beso
Que alegría de verte!!! Espero que consigas volver cada día un poquito mejor y mas fuerte. Un abrazo, llegaran otros veranos......
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