jueves, julio 30, 2009

EL PERRO Y EL SURFISTA

Estamos llenos de normas para que la convivencia ciudadana fluya armónica y a mí se me antoja que nos debían obligar a todos a madrugar. Sí, ya sé que todos de una manera u otra lo hacemos, pero a lo que me refiero es a despertar temprano para ver el mundo de un color especial...

En una iglesia románica no muy lejos de donde estoy, han dado las ocho. Es un día despejado aunque en los prados la bruma siga enganchada aún a la tierra. Pin y Pon nos acercamos lentamente a la playa. El mar está tierno en su rumor, la arena es un colchón recién mullidas sus plumas. Parecemos dos niñas retozando en un paraíso entre el cielo y el agua; pero no somos las únicas.
No lejos, de los prados baja un hombre con una tabla de surf y un perro negro. El hombre se va a buscar las olas y su perro se queda en la orilla observando a su amo. Cuando la espuma eleva al surfista acercándole a la orilla, el can ladra alegremente e intenta aproximarse al hombre... Nosotras seguimos paseando, clavando nuestras huellas en la arena. Miro hacia atrás pues un sonido lastimero me ha encogido. Es el can que aúlla, no ve a su amo. Corre de un extremo a otro y no lo encuentra. Se desespera tratando de trepar sobre la espuma que salpica y nada, no hay ni rastro. El llanto del animal nos retuerce las entrañas mientras terminamos el soplo de vida matinal; no me he quitado del pensamiento en todo el día al perro sentado triste en la orilla mientras el agua quería jugar con sus patas.
Al día siguiente, Pin y Pon vuelven; no estamos solas. Hay un perro que corre y salta entre las olas en busca del palo que le tira su amo; nos sentamos a ver esa escena sacada de una postal o tal vez un relato. El surfista nos cuenta que desde hace un par de años, el perrillo tiene miedo, se está haciendo viejecillo, y que cada vez que él se mete con la tabla, el chucho aúlla, aúlla sin parar... Y es que la vejez no perdona; hasta los animales se vuelven vulnerables.
… Hay aspectos de la savia cotidiana para los cuales hay que madrugar porque es cuando aún tus ojos no están manchados de hollín ni se han tejido telas de araña. Están vírgenes para ver el otro lado de la vida.

10 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Pobre perrillo.
El tiempo no perdona.
Ni a los perros.

Besos.

aapayés dijo...

Me gusto tu reflexión la vida.. el tiempo nos acercamos y ya somos eso..

Un abrazo
Saludos fraternos

Anónimo dijo...

Cuánta sabiduría de esa que no se ostenta fluye desde la mirada húmeda del pobre animal. Cuánto miedo a perder a su corazón de referencia.

Qué pena, la vejez. Colonia disipada, la juventud.

Ay, meu Ourense, decía Forges.

Un beso sobrecogido.
Codorníu.

Carlos Esteve Rozas dijo...

He disfrutado mucho con esta entrada!
ALomejor no es el tiempo el que no nos perdona, si no nosotros que tenemos que pedir perdón al tiempo...
Besos

MarianGardi dijo...

Que bien escribes, que delicia, Angeles guardame un lugar a tu lado para la cena, por fis, quiero respirarte.
Un abrazo

Luis y Mª Jesús dijo...

Madruga querida amiga para contarnos estas historias tan tiernas. A mi, por ahora, me toca madrugar para el cotidiano día a día, en el que se mezclan visitas a médicos -siempre de acompañante, por ahora-, nada grave pero un rollo.El martes me voy de viaje.
Muchos besos

Jesús Arroyo dijo...

Hola Cantalapiedra:
Y el lugar que sobra (el primero se lo ha pedido Marian) me lo pido. ¡¡Qué delicia de letras!!
Lágrima y sonrisa, eso ha sido.
Besoooooooos.

Perséfone dijo...

Hola Mº Angeles.

Me ha encantado la historia y tu reflexión final.

Tienes toda la razón del mundo: el tiempo no perdona a nadie, y los perritos, esos fielescompañeros, no iban a ser menos.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

El tiempo no pasa en balde. Pero en nuestra mente, creo que al menos, sí que podemos hacer que no vuele tan rápido. Se puede ser joven mentalmente y engañar un poco a la vejez. Bonito relato, amiga. Un besazo y gracias por tus siempre cariñosas palabras. Cuídate.

Emilio dijo...

Hasta los perros sienten miedo cuando creen perder a la persona que aman.

Saludos.